EL CORREO

El debate de la asignatura de Religión


JUAN LUIS DE LEÓN AZCÁRATE / PROFESOR DE LA FACULTAD DE TEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE DEUSTO

El vapuleo al que está siendo sometida la asignatura de Religión católica desde ciertos sectores merece un contrapunto que ayude a enjuiciar mejor lo que algunos han denominado el 'problema' de la asignatura de Religión. Al ser acusada de ser una simple catequesis o adoctrinamiento en la que 'se evalúa la fe', o al considerarla un 'privilegio' de la Iglesia Católica, no es de extrañar que se la pretenda eliminar o cuando menos reducir a la categoría de actividad extraescolar. Se aduce, y quizá haya parte de razón en esto, que el Acuerdo entre el Estado español y la Santa Sede de 1979, el cual establece el estatus de la asignatura de Religión, se empezó a fraguar antes de la Constitución de 1978, por lo que alguno de sus contenidos podría ser anticonstitucional. Pero llama la atención que, de ser esto realmente cierto y evidente, nadie en veinticinco años haya actuado consecuentemente, ni siquiera durante los casi catorce años seguidos de gobiernos socialistas. Desde luego, no seré yo quien dilucide esta cuestión, pero estimo que el Acuerdo se ajusta al artículo 16.3 de la Constitución: «Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones». En cualquier caso, tampoco seré yo quien se oponga a que dicho Acuerdo pueda ser revisado, actualizado o derogado, pero debe tenerse en cuenta que al tratarse de un acuerdo internacional cualquier modificación del mismo no puede ser llevada a cabo unilateralmente, y que, mientras esté vigente, y lo está, debe cumplirse en su integridad.

Precisamente, la reforma del Gobierno actual por la cual la asignatura de Religión queda sin evaluar y sin alternativa, reduciéndola en la práctica a una actividad extraescolar, entra en colisión con el artículo 2º del Acuerdo, que la equipara «a las demás disciplinas fundamentales» (igualmente el artículo 4º). Esta condición de fundamental no significa obligatoriedad para los alumnos (y nunca lo ha sido a partir del Acuerdo), ya que el mismo artículo deja claro que «Por respeto a la libertad de conciencia, dicha enseñanza no tendrá carácter obligatorio para los alumnos. Se garantiza, sin embargo, el derecho a recibirla». Téngase en cuenta también que hasta ahora, y desde el real decreto de 1994, la asignatura era computable para la promoción de curso, salvo para el acceso a la Universidad y para becas de la Administración pública en el Bachillerato. No parece que esto haya sido un gran privilegio. Sin olvidar que muchos puestos de trabajo, de los 33.500 profesores de Religión existentes en toda España (casi la mitad, en centros públicos), peligrarían con la nueva reforma.

Bienvenida sea la obligatoriedad del área de Historia y Cultura de las Religiones, aunque ésta merecería, dada su importancia, una asignatura específica y no simplemente su difuminación en la transversalidad de algunas asignaturas cuyos profesores en muchos casos no tienen formación específica sobre el tema. Pero tampoco nos engañemos pensando que impartir una asignatura de estas características desde la óptica del laicismo o del ateísmo (nadie ha dicho que vaya a ser así, pero a veces esto se piensa) la haría más neutral, comprensible u objetiva. El gran historiador de las religiones, el rumano Mircea Eliade, sostenía que para acercarse al fenómeno de las religiones era necesaria una cierta sensibilidad religiosa (que no es lo mismo que confesionalidad). Quizá sea urgente un mayor debate y clarificación sobre esta propuesta.

Es justo reconocer que incluso dentro de la Iglesia hay sectores que defienden que la asignatura de Religión católica no debe impartirse en los centros públicos de enseñanza. Sus argumentaciones son variadas, no pocos porque entienden que es un privilegio antievangélico o los restos del antiguo modelo de cristiandad (lo cual es discutible). Otros, como el teólogo José María González Ruiz, se oponen a ella por el posible peligro de ser manipulada: «Efectivamente, una asignatura oficial, de alguna manera, puede ser manipulada por la autoridad civil y la libertad religiosa estaría en peligro, puesto que todo poder, civil o económico, tiende a manipular las ideas y los sentimientos religiosos» ('¿Religión en las escuelas?', carta al director en 'Abc', 9-2-2004). Este peligro, de momento, no parece real, porque el artículo 3º del Acuerdo garantiza que quien nombra al profesor es el «ordinario diocesano» (el obispo), y el artículo 6º afirma que los contenidos de la enseñanza religiosa son señalados por la jerarquía eclesiástica. Por el contrario, otros detractores de la asignatura objetan este control episcopal al considerar que fomenta un adoctrinamiento casi reaccionario.

Sorprende que las acusaciones de adoctrinamiento contra la asignatura de Religión católica no se extiendan a otras confesiones e incluso materias. En el BOE de 18 de enero de 1996 (durante el último Gobierno de Felipe González) se publicó el currículo de la enseñanza islámica propuesto por la Comisión Islámica de España (cabe suponer que el nuevo no será muy distinto). No cuestiono el derecho legítimo de esta confesión (que atesora grandes valores) o de cualquier otra a la enseñanza religiosa incluso en centros públicos, pero cualquiera que lea con detalle este currículo descubrirá que es esencialmente una catequesis islámica en la que se fomentan, en Primaria, «procedimientos» como «cumplir con los preceptos de Dios», y «actitudes» como «cumplir Sus normas (de Dios)» o «practicar la ética y moral musulmana». Procedimientos y actitudes que de una forma u otra se repiten en Secundaria y Bachillerato. En Secundaria, son básicos conceptos como «Conocer la batalla de Badr, su efecto sobre la historia de la predicación y el papel de los ángeles en esta batalla». A esta batalla, que supuso la primera victoria guerrera de Mahoma sobre los mequineses (año II de la Hégira; 624 d. C.), se refiere el Corán 8, 1-26, donde se anima a «infundir el terror en los corazones» de los infieles y a «cortarles el cuello» (aleya 12). Sería interesante averiguar qué exégesis se hace de este texto, aunque quizá la «actitud» a fomentar en Bachillerato denominada «Estimular actitudes abiertas a la convivencia en los musulmanes y los de otra creencia» suavice la radicalidad del mismo. Uno de los «criterios de evaluación» en Secundaria consiste en que «el profesor observará la participación del propio alumno en los distintos bloques del contenido temático, recitando el Corán, leyendo el Hadiz, cumpliendo dos preceptos islámicos (palabras, expresiones, asistencia a celebraciones y fiestas islámicas)». En la asignatura de Religión católica, a nadie se le evalúa en función de sus creencias y prácticas religiosas, sino sólo por sus conocimientos, como ya intenté explicar en este mismo diario (EL CORREO, 25-6-2003: '¿Asignatura de Religión, sí o no?').

Estoy totalmente a favor de que desde los organismos competentes se revisen y controlen los contenidos de la asignatura de Religión con el fin de salvaguardar los derechos humanos fundamentales, pero sin demagogias que incluyan, como sugirió alguien en estas páginas, el aborto libre y la eutanasia entre los derechos fundamentales, sobre todo cuando se trata de cuestiones muy controvertidas y no legisladas en la mayoría de los países, incluidos muchos de gran tradición democrática (a no ser que se entienda que éstos también vulneran los derechos humanos más fundamentales). Tampoco deberíamos ser ingenuos y limitar este control a la asignatura de Religión católica, sino hacerlo extensivo por igual a todas las religiones y a todas las asignaturas. ¿O acaso no se imparten también valores (o anti-valores) e ideología en otras materias? Todos sabemos que en el País Vasco, en algunos casos, el fundamentalismo nacionalista se ha servido de la enseñanza de diversas materias para el adoctrinamiento de los jóvenes.

La sociedad española está en su derecho de debatir sobre la asignatura de Religión, pero con objetividad, honestidad y sin demagogia. De todas formas, no parece que éste sea realmente un 'problema' para la mayoría de la sociedad española, sobre todo cuando más de su mitad (en algunas zonas se llega al 95% en Primaria y al 75% en Secundaria y Bachillerato) demanda esta asignatura para sus hijos.