Crónica de una masacre en Gaza

Por Alicia

Soy Misionera Comboniana por vocación y enfermera de profesión. No soy periodista, ni me ocupo de análisis político.Quizá por este motivo me cuesta encontrar las palabras adecuadas para describir las imágenes dantescas que se han quedado impresas en mi memoria desde que entré en la Franja de Gaza.

Llegué a Gaza unos días después de la retirada del ejército israelí (no consigo llamarla “tregua”, ni mucho menos “fin de las hostilidades”, como pregonan los medios de comunicación occidentales, maestros en el arte del eufemismo). Formaba parte de una misión internacional promovida  conjuntamente por la organización israelí Médicos por los Derechos Humanos (PHR), y su socio palestino, la Sociedad Palestina de Asistencia Médica(PMRS). Los otros miembros de la misión eran dos forenses-patólogos (uno de nacionalidad sudafricana y el otro danés); un cirujano pediátrico holandés, especializado en casos de trauma infantil, y un experto en salud pública alemán, todos ellos con más de veinte años de experiencia en África y América Latina. Mi trabajo dentro del equipo era colaborar en el campo de la Salud Pública, y hacer de intérprete y “mediadora cultural”, sirviéndome de mi experiencia en el mundo árabe.

Pasar la temida frontera Ereiz nos costó varios días de espera y ansiedad, hasta superar las numerosas trabas burocráticas... ¡y más de nueve horas de interrogatorios y registros, para algunos miembros del equipo! Al otro lado de un larguísimo pasillo enrejado, una devastación enorme: la Franja de Gaza después de 23 días de salvaje ofensiva del cuarto ejército más potente del mundo sobre la población civil de estos “dos palmos de tierra” (apenas 40 km de largo por una media de 10 de ancho), uno de los más densamente poblados del Planeta (una media de 3.227 hab. /km²).

Unos dias antes de mi viaje a Gaza un amigo me pasó un artículo titulado ”Plomo impune”, del gran escritor latinoamericano Eduardo Galeano, publicado en el periódico italiano Il Manifesto (jueves, 15 de Enero). Entre los ríos de tinta derramados para justificar y describir esta masacre (que me niego a llamar guerra), las palabras de Galeano me interrogaron fuertemente:

“(...) Para justificarse, el terrorismo de estado fabrica terroristas: siembra odio y recoge pretextos. Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según los autores pretende derrotar a los terroristas, conseguirá en realidad multiplicarlos. (...) No hay guerra invasiva que no se declare “defensiva”. Hitler invadió Polonia para que Polonia no invadiera Alemania. Bush invadió Irak para que Irak no invadiera el mundo. En cada una de sus guerras “defensivas” Israel se ha anexionado nuevos territorios palestinos, y el abuso continúa. Su avidez se justifica con títulos de propiedad que le concede la Biblia, por los dos mil años de persecución que ha sufrido el pueblo hebreo, y por el pánico que les producen los palestinos que tienen delante. El ejército español no hubiera podido bombardear impunemente el País Vasco para extirpar a ETA, ni el ejército británico hubiera podido arrasar al suelo de Irlanda para eliminar al IRA. ¿Es que la tragedia del Holocausto comprende una poliza de impunidad eterna? (...) Y como siempre, en Gaza, ciento por uno: por cada cien palestinos muertos, un israelí (la mayor parte de las víctimas israelíes han muerto a manos de “fuego amigo”). Gente peligrosa, advierte otro bombardeo, el de los medios de manipulación de masas, que nos invitan a creer que una vida israelí valga como  cien palestinas. El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles  ahora se llaman “daños colaterales”, según el diccionario de otras guerras imperialistas. En Gaza de cada diez “daños colaterales”, tres son niños pequeños. Y se cuentan a millares los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano que la industria militar está probando en esta operación de limpieza étnica (...).”

Mientras leía  y me dejaba interrogar por estas provocaciones, no hubiera imaginado nunca que parte de nuestra misión sería precisamente verificar la masacre de los niños, visitar decenas de amputados en los hospitales y entre los escombros de sus casas, recoger sus testimonios estremecedores, documentar el origen de sus heridas, producidas, en muchos casos, por nuevos y diabólicos productos de la siempre floreciente industria de la muerte. Sus efectos devastadores, incluídos los de armas químicas como el fósforo blanco y bombas anti-persona, los hemos encontrado por todas partes.

Con este propósito, quisiera dar voz a la súplica del Dr. B.A.S., Director del Servicio de Urgencias del Hospital Al-Awda, al Norte de Gaza: “No habléis del uso de armas ilegales. Si lo haceis, “legalizais” el uso de las armas convencionales contra los niños y contra civiles indefensos. Incluso una flor, sí, una flor, si se la lanza a un niño y le mata, se convierte en un “arma ilegal”. Y son muchos, demasiados, los niños asesinados en Gaza: dos tercios de las 1385 víctimas mortales reconocidas por el Ministerio de la Sanidad y confirmadas por la OMS son mujeres y niños. Muchos más aún, son los que en esta operación militar han perdido sus casas, sus familias, sus sueños e incluso partes de sus pequeños cuerpos.

Nos lo cuenta con inquietante lucidez D.A.B., después de que el misil que hizo saltar por los aires su fiesta de cumpleaños segase la vida de sus hermanas y su brazo izquierdo: “Nosotros, los niños de Gaza, no somos como los otros niños. Dormimos siempre todos juntos, abrazados los unos a los otros en la misma cama, por miedo a los F16 que sobrevuelan continuamente nuestras casas vomitando sobre nosotros su cargo de muerte y de destrucción. Y no hablo sólo de esta guerra. Hemos crecido así: sin luz y sin agua, cada vez que los israelíes deciden córtanos la electricidad; con el terror continuo  a los ataques de castigo con los que el ejército israelí responde a los misiles de Hamas. Han bombardeado mi escuela tres veces en dos años. No tenemos derecho a estudiar ni a soñar un futuro mejor. Ni siquiera a celebrar mi 15º cumpleaños tenía derecho…”

De la otra cara de esta tragedia, de los efectos devastadores del asedio y de la masacre indiscriminada sobre la psique y la memoria de los más pequeños, nos ha hablado M.B., de sólo 6 años de edad, que ha escapado ileso del ataque aéreo que arrasó su casa en Jabaleiah (norte de Gaza), arrancando la vida de dos de sus hermanas y un hermano, y mutilando gravemente algunos otros miembros de la familia: “M. no quiere volver al colegio, sólo piensa en ir a luchar”, nos comentaba preocupada la que un día fue madre de siete hijos; y con la fuerza y la dignidad que corona a muchas mujeres palestinas, intentaba convencerlo: “Mira, ¿no te gustaría ser médico de mayor, como estos señores?” “No, -respondió el pequeño con decisión-, yo quiero luchar contra los malos y vengar a mis hermanos”. Cruzamos una mirada, y se apoderó de nosotros la amarga certeza de que en el corazón de estos niños, que constituyen más del 50% del millón y medio de habitantes de Gaza, se ha sembrado abundantemente la simiente de un futuro sangriento en Oriente Medio.

Otro aspecto de nuestra misión era verificar los ataques a ambulancias e instituciones médicas por  parte del ejército israelí, en particular el violento ataque al hospital Al Quds, uno de los más gravemente afectados. En el momento del ataque, en este hospital se habían refugiado unas 400 mujeres y niños, por indicación de las Fuerzas de Ocupación Israelí (IOF), después de haber permanecido varias horas como rehenes en sus casas durante la ocupación del barrio.

Especialmente doloroso y ultrajante ha sido el rechazo reiterado de las autoridades israelíes a conceder los permisos necesarios para evacuar los muertos y heridos en los ataques. Hemos preguntado al respecto al Director de la Cruz Roja Internacional  (IRCS) en Gaza, último responsable de coordinar con las autoridades israelíes el rescate de las víctimas. Confirmando los testimonios del personal de los servicios de emergencia y conductores de ambulancias, el Director de la IRCS nos confesó que él mismo había participado en peligrosas misiones de rescate de heridos, en casos particularmente dramáticos, después de haber fracasado en el intento de obtener los permisos necesarios.

Tristemente famoso se ha convertido el caso de R.N., a quien dispararon mientras escapaba de su casa en el sur de Gaza llevando una sábana blanca a modo de bandera, y murió desangrada después de ocho horas de inútiles intentos y repetidas peticiones de evacuación para trasladarla al hospital.

La gravedad de estas violaciones del Derecho Humanitario Internacional y de la Convención de Ginebra han llevado a la Cruz Roja Internacional a romper el “principio de neutralidad”, fuertemente enraizado en el espíritu de la organización, y a promulgar un documento que denuncia el rechazo de la autoridad israelí a conceder los permisos necesarios para rescatar a las víctimas, y los ataques sistemáticos a las ambulancias y al personal médico y paramédico durante el desarrollo de sus funciones. 16 médicos y paramédicos han perdido la vida en acto de servicio durante las tres semanas de ofensiva. Los heridos se cuentas a decenas, y es difícil encontrar un conductor de ambulancias que no pueda contar tres o cuatro experiencias personales de ataques durante las evacuaciones.

Un hecho determinante en la decisión de la IRCS de publicar este documento-denuncia fue el caso de la familia Samouni. Los miembros de este clan, que vivían en la misma zona del Zeitoun (al centro de la Franja de Gaza) fueron reagrupados por los soldados israelíes en algunas de sus casas, donde los retuvieron como rehenes durante tres días, sin comida ni agua. Una de estas casas, donde se encontraban más de 60 personas fue bombardeada hasta su completa destrucción, causando la muerte de 49 personas, la mayor parte mujeres y niños, todos ellos pertenecientes a la familia Samouni. Cuando, después de cuatro días de extenuantes discusiones, finalmente se concedió el permiso al paso de las ambulancias, aún se encontraron supervivientes entre los escombros. Muchos otros podrían haberse salvado si se hubiera intervenido a tiempo. Los equipos de la Cruz Roja encontraron en una habitación medio derrumbada cuatro niños pequeños vivos, tan exhaustos que no se tenían en pie, aferrados a los cadáveres de sus madres, que con sus propios cuerpos los habían protegido y salvado de una muerte cierta. ¿Cómo no hacer resonar las palabras de Galeano?:
“(…) Y la llamada Comunidad Internacional… ¿existe realmente? ¿Es algo más que un club de comerciantes, de banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el “nombre de arte” que usan los EE. UU cuando hacen teatro? Ante la tragedia de Gaza la hipocresía  mundial resplandece una vez más. Como siempre la indiferencia, los discursos inútiles, las declaraciones vacías, las declamaciones altisonantes y los comportamientos ambiguos rinden homenaje a la impunidad”.

Pero no todo es muerte y desolación en Gaza. Quiero dedicar estas palabras a los habitantes de Gaza: a todos aquellos que no se han rendido a los slogans arrogantes de la violencia (sea la violencia de Hamas o la del Gobierno Israelí); a quien ha comenzado a desescombrar los cascotes de su casa y de su vida, y está dispuesto a volver a empezar; a las muchas organizaciones que siguen defendiendo los derechos humanos (como Al Mizan, con la que hemos trabajado estrechamente en estos días); a los que siguen trabajando para la rehabilitación de los mutilados (como el Centro de Rehabilitación Della PMRS) o para aliviar los traumas y las heridas del alma (como el Programa Comunitario de Salud Mental de Gaza).

Quisiera honrar el valor y  el compromiso de los Médicos Israelíes por los Derechos Humanos y la Sociedad Palestina de Asistencia Médica – co-promotores de nuestra misión –  por seguir creyendo y arriesgándose en el camino de la colaboración, a pesar de pertenecer a dos mundos que se enfrentan desde hace más de 60 años.

Entre las señales más luminosas de esperanza, hemos admirado la solidaridad y la competencia de los colegas palestinos quienes, arriesgando la vida y descuidando sus familias, siguen llevando la asistencia médica a las zonas más perjudicadas y aisladas, ocupándose de los heridos, quemados y amputados que empiezan a retornar a sus casas. Nos ha llamado poderosamente la atención el compromiso y la infinita tristeza de los médicos y pacifistas israelíes que luchan y trabajan hasta el extremo en las  oficinas de PHR en Tel Aviv, ganándose en muchos casos la incomprensión de sus familias y el ostracismo de su entorno social, con tal de seguir defendiendo la vida de los inocentes: en Gaza, en el Sur de Israel y en cualquier otra parte donde se les amenace. Hemos compartido sus jornadas de trabajo, en contacto continuo con los despachos del Gobierno Israelí para obtener permisos y denunciar abusos; sus noches de insomnio, al teléfono con los heridos que, desde Gaza, imploraban la evacuación; hemos compartido sus lágrimas de rabia y de impotencia, su miedo a un futuro que podría convertir a sus hijos  en asesinos o en víctimas… con personas como ellos, podemos esperar un futuro mejor.