Testimonio de Pablo

Cada vez que me preguntan qué es Taizé me meten un dilema en la cabeza, y siempre respondo con la misma pregunta, "¿Tienes tiempo?"  Para cualquier persona podría ser una especie de campamento espiritual basado en la moral cristiana, lo cual puede llevar a la cabeza muchos prejuicios justificados.

Para mi Taizé es una comunidad, un punto de encuentro entre personas con mismas inquietudes, con creencias parecidas, o incluso con el mismo afán de buscar una respuesta a sus vidas. Es una semana donde se comparten historias, experiencias que no son fáciles de compartir en la vida rutinaria, y esas experiencias se comparten con gente de todo tipo de culturas. Te aportan diferentes puntos de vista, o simplemente te aportan una sensación de escucha que a veces es lo que realmente necesitamos para poder seguir avanzando.

Es difícil llevar un imagen concreta de Taizé al mundo en el que vivimos. Es una experiencia única, y muy distinta cada vez que la visitas. Realmente aporta la sensación que nos falta en la vida real, nos aporta un sentimiento de comunidad, un sentimiento de calor acogedor que nos reconforta y nos anima a seguir amando a toda persona que entra en nuestras vidas.

Realmente es una experiencia recomendable para cualquier persona, independientemente de sus creencias. Es realmente un tiempo de vacaciones para la mente y el alma, un tiempo para descansar y para recuperar fuerzas con otra visión, un tiempo para trabajar lo que nos falla en la vida diaria, un tiempo para recuperar una personalidad más amable y cercana, un tiempo donde se vuelve a aprender a escuchar y dónde la historia más interesante deja de ser la propia.

La base de toda la experiencia es la oración en común, una oración simple y repetitiva a través de canto, donde lo que sale para dar gracias o para pedir al mundo sale del corazón, no es una oración tan racional como la mente humana suele construir como un monólogo interior, es un diálogo con nuestro "Yo" interior y con Dios (entendido como ese amor comunitario), donde lo que fluye es el sentimiento que aparece en nuestros corazones.

En mi experiencia personal yo he descubierto la persona que realmente quiero ser, la que he perdido poco a poco por la rutina y la que quiero recuperar. Es una semana donde uno se enfrenta consigo mismo y tiene el apoyo de cualquier persona aunque ni siquiera la conozca, aunque nunca haya hablado con ella, ya que todo el mundo está para todo el mundo. Realmente se vuelve a aprender el verdadero significado de amistad, el verdadero significado de una relación, se vuelve a aprender que el perdón no es una cosa tan difícil y en cambio es mucho más necesaria de lo que parece, desaparecen los prejuicios y las malas intenciones. Se formó un grupo que nunca seremos capaz de olvidar, unas personas en nuestra vida que no tienen por qué marcarla con grandes frases y ayudas, si no que están para las cosas que necesitas, que no siempre te dan soluciones, pero te dan la fuerza para que tú las encuentres. Esas personas se quedan en nuestro corazón para el resto de nuestras vidas, te animan a buscar el bien de todo el mundo, el bien de nuestra persona, el bien de la comunidad.

Cuando acabe de escribir esto se me ocurrirán mil cosas más para compartir sobre esta increíble experiencia, pero esencialmente esta semana de este año ha sido esto para mí; un tiempo de estar conmigo mismo, reflexionar sobre mí y sobre el mundo sin tener noticias de la vida real, un oasis de paz que me construye y me da fuerzas para el día a día. Y por todo eso quiero dar gracias a Dios, por las personas como el Hermano Roger y por todas las personas que hacen posible que todo el mundo pueda vivir eso. Quiero dar gracias a Dios por todas las personas que han pasado por mi vida y por los valores que tengo gracias a ellas. Ahora tengo los ánimos que me faltaban hace unos meses, los ánimos de seguir por mi camino sin miedo de saber donde acabaré, sin miedo de salirme de él porque volveré a seguirlo. Doy gracias a todas esas personas en las que he visto a Dios en sus ojos y en sus acciones.

Quiero dar gracias por la luz que da Taizé.

Pablo Rodrigo Pascual