Meditación 1

Hermano Alois, Madrid, viernes tarde, 28 de diciembre de 2018 

¡Es una gran alegría comenzar esta tarde nuestro encuentro europeo en esta ciudad de Madrid! Para llegar hasta aquí, algunos de vosotros habéis hecho un viaje muy largo. La ciudad de Madrid, las comunidades cristianas, numerosas comunidades religiosas, muchas familias, e incluso personas que viven solas, nos acogen. Queremos expresarles ante todo nuestro profundo agradecimiento por esta generosidad.

La hospitalidad que se nos ofrece conmueve nuestros corazones. Cada año, desde hace más de cuarenta años, gracias a los encuentros de la peregrinación de confianza sobre la tierra, experimentamos cómo la hospitalidad es fuente de alegría.

«¡No olvidemos la hospitalidad!» - he aquí la invitación en la que queremos profundizar durante estos días y a lo largo del año que viene, en Taizé y en otros lugares. En el cuadernillo del encuentro, encontraréis cinco propuestas para 2019, que abren caminos para la reflexión y para la acción.

Este año vivimos una experiencia de hospitalidad excepcional. En el mes de agosto, dos mil jóvenes de toda Asia, y también de otros continentes, se reunieron para un encuentro en Hong Kong. Setecientos jóvenes pudieron venir desde China continental.

Algunos meses antes, descubrimos la misma hospitalidad en Lviv, en Ucrania. Jóvenes de todas las confesiones cristianas presentes en dicho país acogieron a jóvenes de otros lugares y se unieron en una oración compartida.

Eran signos de esperanza: signos de que las jóvenes generaciones pueden preparar para la humanidad un futuro marcado por la cooperación y no por la competición.

La hospitalidad nos acerca, más allá de las diferencias e incluso de las divisiones que existen, entre cristianos, entre religiones, entre creyentes y no creyentes, entre pueblos, entre opciones de vida u opiniones políticas. Por supuesto, la hospitalidad no borra estas divisiones, pero nos hace verlas bajo otra luz: nos hace capaces de escucha y de diálogo.

La hospitalidad es un valor fundamental para todo ser humano. Todos nosotros vinimos a la vida como bebés pequeños y frágiles que necesitaban ser acogidos para vivir, y esta experiencia fundamental nos marca hasta nuestro último aliento.

La motivación para elegir practicar la hospitalidad reside en la convicción de que nuestra propia vida es un don que hemos recibido. Y esta convicción se nutre de la fe. Acabamos de leer la primera página de la Biblia. Este gran relato poético, un poco misterioso, quiere hacernos comprender que todo lo que existe es un don. El cielo y la tierra, el océano, la oscuridad, la luz – todo proviene de Dios. Y en todo lo que existe, Dios está presente por su aliento, su Espíritu.

Sí, mi vida es un don que he recibido. Y también los demás son, en diferentes grados, un don para mí. Mi propia identidad se construye a través de mis relaciones con los demás. Por supuesto, el otro siempre sigue siendo diferente a mí, del otro nunca lo comprendo todo y, sin duda, tampoco puedo compartirlo todo con el otro.

Acogernos mutuamente supone entonces aceptar los límites, los míos y los de los demás. Acoger al otro va de la mano del discernimiento. Pero esto nunca puede convertirse en un pretexto para encerrarnos en nosotros mismos, cediendo al miedo al otro, ese miedo que está presente en todos nosotros.

Han sido algunas reflexiones sobre este hermoso tema de la hospitalidad. Mañana por la mañana, leeréis en pequeños grupos las dos primeras propuestas. Quieren ayudarnos a profundizar en la fe, en la confianza de que Dios siempre nos acoge primero, y de que Cristo está presente en nuestras vidas. Busquemos, busquemos a lo largo de todos estos días, y encontraremos.