Curso AyC sobre el ConcilioVaticano II . Lección 9

Período con muchas alegrías
y un susto final

Tercer período conciliar: (14.9. a 21.11.1964)

F. Javier Elizari, redentorista

La historia de este período es muchísimo más compleja que la de los dos anteriores. Cuando sobre el escenario hay catorce actores no es tan sencillo seguir los pasos de cada uno como si se tratara de dos o cuatro. Promulgados anteriormente sólo dos documentos, en estos dos meses los catorce pendientes desfilan por el aula y se entrecruzan. A pesar de este complicado trasiego, brevemente podría calificarse este período como un tiempo de importantes logros con un final de sabor amargo. Se promulgan tres documentos. El trabajo sobre los once restantes experimenta un gran avance y su camino hacia la aprobación definitiva se ve muy allanado. Fracasa el plan Doepfner de “sacrificar” seis esquemas, concebido desde la posibilidad de terminar el concilio con el tercer período. El rumbo se tuerce inesperadamente: el cielo se ensombrece por cuatro intervenciones de Pablo VI, concentradas en seis días, la “Semana Negra”. Mal sabor de boca para un período que nos había ofrecido un menú satisfactorio. 

I. Segunda hornada de documentos: Iglesia, Ecumenismo, Iglesias Orientales

El 21 de noviembre, clausura del tercer período, se promulgan la Constitución dogmática sobre la Iglesia, el Decreto sobre el Ecumenismo y el Decreto sobre las Iglesias Orientales Católicas. Los dos primeros pertenecen al núcleo central del concilio. Quedan once esquemas para el cuarto y último período conciliar.

Constitución dogmática sobre la Iglesia. Lejos de ser un texto perfecto y de lectura agradable, este documento es considerado el eje de todo el Vaticano II. ¿Qué representa? Canoniza una nueva forma de ser Iglesia, ya anticipada por grandes teólogos, pero ausente entonces de la mayoría de los manuales de teología. Quisiera destacar dos puntos: prioridad otorgada al Pueblo de Dios, afirmación de la colegialidad episcopal de no fácil armonización con el primado pontificio.

Prioridad del Pueblo de Dios. Antes, todo comenzaba prácticamente por la jerarquía. Ahora se parte del Pueblo de Dios, congregado por la gracia divina. Todos sus miembros (laicos, religiosos, sacerdotes, obispos, papas) poseen una igualdad fundamental: igual dignidad, han recibido la misma misión, están por igual llamados a la santidad,. Los vínculos de comunión entre todos ellos son muchísimo más importantes que cuanto los distingue: un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, la misma eucaristía, la misma gracia de hijos y hermanos, el nuevo mandamiento del amor, etc. Dentro de este pueblo hay multitud de dones y vocaciones, al servicio del Reino y él acoge la gran variedad de culturas, lejos de una uniformidad mortificante. 

Afirmación de la colegialidad episcopal en armonía con el primado pontificio. Es un punto de enorme fecundidad, si se le deja extender las alas. El conjunto de los obispos o colegio episcopal, signo universal de las Iglesias particulares, tiene una misión en toda la Iglesia, no limitada a un concilio ecuménico. Desde aquí se introduce un germen muy fecundo que puede modificar una excesiva centralización en el Papa y en la Curia Romana y crear formas de responsabilidad compartida sobre la Iglesia universal. El debate sobre la colegialidad ha sido el más incandescente de todo el concilio con episodios de altísima tensión, algunos de los cuales aparecen mencionados más adelante.

Decreto sobre el Ecumenismo. El 18 de noviembre de 1963 se presenta en el aula el esquema sobre el ecumenismo. Los calificativos dados a ese momento: “día histórico”, “un gran día para el concilio y para la Iglesia”, no son exagerados. En la Iglesia Católica se iniciaba una nueva era en el difícil y largo camino hacia la unidad de todos los cristianos que rompía con una etapa anterior de rechazos y recelos. El debate de entonces contribuyó a mejorar un texto, en sí aceptable y favoreció que en el tercer período quedara listo para su promulgación. Después de un recorrido bastante tranquilo, nadie esperaba sobresaltos a última hora. Pero el concilio ha sido, con frecuencia, una caja de sorpresas. Cuando todo el mundo pensaba en un final feliz, el 19 de noviembre, Pablo VI, exigió la introducción de 19 enmiendas. Aparte el contenido, el momento era de lo más inoportuno: el texto había ya recibido la aprobación de la asamblea. Muchos Padres quedaron consternados, desconcertados los observadores no católicos e incrédula la opinión pública. De ello trato al final, dentro de la “Semana negra”. A pesar de todo, se promulgó el día 21.

Iglesias Orientales Católicas. Este documento, el segundo más breve del Concilio, nos acerca a un grupo de 16 Iglesias Orientales Católicas, es decir, unidas a Roma, al Papa. Numéricamente son el 5% en relación con las Iglesias Orientales no Católicas u Ortodoxas y representan mucho menos respecto a los cientos de millones de la Iglesia Católica Latina u Occidental. A pesar de su reducido tamaño, son simbólicamente importantes. Constituyen un claro testimonio de pluralismo eclesial en liturgia, teología, organización (estructura sinodal, patriarcados) y disciplina (sacerdotes casados). El documento reconoce y defiende todas estas peculiaridades.

II. Un esquema nuevo con otra cara de la Iglesia

El 20 de octubre de 1964 se asoma al aula conciliar uno de los grandes del Vaticano II, un esquema nuevo, distinto: “La Iglesia en el mundo actual”. En él la Iglesia no mira hacia dentro. Abre puertas y ventanas y sale al encuentro del mundo. El 10 de noviembre señala el final del debate, pero todavía al texto le queda un recorrido bastante accidentado hasta su redacción definitiva. Descubramos algo su contenido.

Consta de dos núcleos básicos. En el primero, “La Iglesia y la vocación del hombre” se abordan cuestiones de fondo: dignidad de la persona, la comunidad humana, actividad humana en el mundo, misión de la Iglesia en este mundo. El segundo núcleo, “Algunos problemas más urgentes” trata temas actuales: matrimonio y familia, cultura, vida económico-social, vida en la comunidad política, paz/guerra, comunidad internacional.

Gran parte de estos capítulos, a pesar de su importancia, pasan con ritmo ágil y sin enconadas discusiones en el aula. Los medios tampoco les prestan especial atención. Ellos están expectantes ante la palabra del concilio en dos asuntos: “la píldora y la bomba”, más todavía en la primera que en la segunda. Se palpa en el ambiente que los Padres desearían hablar largamente y con franqueza sobre la anticoncepción. ¡A 2500 célibes les interesan enormemente los anticonceptivos! Seguramente sacan a relucir el tema en el bar y en sus numerosos encuentros, pero en el aula conciliar, las palabras son cortas y, en general, medidas. Muy pocos plantean la cuestión abiertamente. Varios líderes conciliares afirman o sugieren una línea renovadora de la posición moral de la Iglesia sobre la anticoncepción. Cuando el tema aflora, los Moderadores recuerdan la existencia de una Comisión Pontificia encargada de estudiar el asunto. La pregunta se le ocurre a cualquiera: ¿Qué mejor comisión que el concilio? ¿Si hubiera estado Juan XXIII no habría jubilado a la Comisión Pontificia? ¿Por qué no lo hizo Pablo VI? El tema todavía nos reservaría alguna sorpresa de última hora en 1965.

III. Dos test terminantes para el concilio: libertad religiosa y judíos

Libertad religiosa. Los Padres esperaban con ansia el debate sobre libertad religiosa para finales del segundo período, pero se quedaron con la miel en los labios. Tuvieron que armarse de paciencia y esperar casi un año. Por otro lado, también la sociedad esperaba vigilante la palabra del concilio. El tema constituía un test decisivo para su credibilidad y la de la Iglesia. Por eso, el correspondiente debate - 23 a 28 septiembre 1964 - fue vivido con especial intensidad dentro y fuera del concilio. Era imposible seguir defendiendo la tesis sostenida por muchos para quienes la verdad religiosa, anidada únicamente en la Iglesia Católica, es el único titular del derecho a la libertad. Frente a esta posición, se afirmaba a la persona como el depositario de tal derecho. La mayoría conciliar se decantó por estos planteamientos, muy problemáticos en opinión de la minoría. ¿El principal problema?: semejante concepción suponía una desautorización de afirmaciones pontificias hechas en los siglos XIX y XX. Y sabemos que tocar la figura del Papa es una cuestión de altísima sensibilidad. Esto explica la vivacidad de los debates, vivacidad que subió de tono por dos episodios que expondré más adelante al hablar de la “Semana Negra”. Afortunadamente, el texto conciliar, después de este accidentado viaje en el tercer período, y muy mejorado, pasaría con éxito las pruebas decisivas en el otoño de 1965. Iba a ser un gran paso del Vaticano II y de toda la Iglesia Católica.

Relación con los Judíos. Una declaración conciliar sobre esta cuestión parecía necesaria, dada la responsabilidad de los cristianos en el antisemitismo. Pero los problemas surgían de todas partes. El más secundario, su colocación dentro de los documentos conciliares: ¿separado? ¿dentro de otros, de cuál? Problemas bíblicos y teológicos, en particular si mantener o no la acusación de deicida al pueblo judío por la muerte de Jesús. Posibles interpretaciones políticas: los países árabes, el estado de Israel, los potentes lobbies pro-judíos miraban el asunto con lupa. La Secretaría de Estado del Vaticano estaba muy preocupada por las posibles derivaciones del texto. Las consecuencias para sus iglesias producían alarma en los obispos de los países árabes. Después del paso del texto por las aulas entre los días 25 a 30 de septiembre de 1964, el difícil panorama no se había aclarado del todo; la solución final vendría en el otoño de 1965, no a gusto de todos.

IV. Preocupación por no alargar el concilio

La duración del concilio fue siempre una incógnita. Muchos deseaban terminarlo en el tercer período y así lo esperaban. Preocupaba la repetición de ausencias prolongadas de sus diócesis por parte de los obispos, aparte los altos costes financieros. ¿Cómo armonizar este comprensible deseo con un buen cumplimiento de la agenda conciliar y sin decepcionar las expectativas puestas en el concilio?

Entre las diversas propuestas, prevaleció el plan Doepfner, así llamado por su autor, arzobispo de Munich y aprobado en lo esencial por la Comisión Coordinadora en los primeros meses de 1964. Sus líneas principales son dos. 1ª: los esquemas más importantes conservarían su rango. 2ª: otros seis serían reducidos a una serie de enunciados que, aprobados por el concilio, pasarían a organismos postconciliares para su oportuno desarrollo. Con tales recortes se esperaba reducir la duración del concilio. Los esquemas sacrificados eran: formación sacerdotal, vida y ministerio de los sacerdotes, religiosos, educación católica, misiones, iglesias orientales. A pesar de la oposición de muchos miembros y expertos de las comisiones, la “degradación” de los esquemas se cumplió, pero éstos se tomaron la revancha en el aula conciliar que les devolvió la “dignidad” perdida.

V. La “Semana Negra”: 16 a 21 de noviembre de 1964

Cuatro acontecimientos inesperados se juntaron estos días, generando, la suma de todos ellos, un sobresalto general. La acumulación en tramo tan corto de tantos accidentes llevó a un obispo holandés a calificar estas fechas de “Semana Negra”. El desencadenante del drama vivido fueron cuatro intervenciones de Pablo VI, todas ellas sobre temas muy “calientes”: colegialidad episcopal, Virgen María, ecumenismo, libertad religiosa. En el momento, la sorpresa, desconcierto y hasta indignación, acompañadas de una fuerte carga emocional, fueron totalmente lógicas. Con el paso del tiempo, las interpretaciones de la “Semana Negra” han sido variadas y existen bases para ello. Desde la distancia, muchos testigos directos de los hechos y numerosos comentaristas, a partir de una mejor información de lo sucedido y sin la presión de la emoción comprensible del momento, quitan dramaticidad a algunas de las intervenciones pontificias, probablemente no a todas. Veamos cada una de las cuatro intervenciones papales. 

16 de noviembre. Nota explicativa previa. Según un comunicado del Secretario General, la doctrina del capítulo 3º sobre la Iglesia (colegialidad episcopal) había de entenderse y explicarse según la letra y el espíritu de la Nota explicativa previa, cuyo autor era la comisión teológica pero cuya introducción en las actas del concilio se hacía por orden del Papa. Dicha Nota causó desagrado e irritación en muchos obispos por dos motivos. Primero, su contenido parecía primar una interpretación restrictiva de la colegialidad episcopal y revelaba una excesiva condescendencia del Papa con la minoría opuesta a la colegialidad. Segundo, el momento de comunicar la Nota, cuando ya no había tiempo para que la asamblea la examinara, era un motivo más de desagrado. Muchos analistas estiman que el contenido de la Nota, en sí mismo, no añade elementos importantes nuevos. Pero no lo entendió así la minoría cuando eufórica declaraba: ahora sí podemos votar la Constitución. Este episodio conflictivo estuvo precedido de otro algo parecido, pero de perfil muy bajo, seis meses antes, el 19 de mayo de 1964. Ese día comenzó a funcionar el “lápiz rojo” de Pablo VI con trece sugerencias, curiosamente también sobre el tema de la colegialidad.

19 de noviembre. Aplazamiento de una votación sobre libertad religiosa. La mayoría estaba impaciente por coronar el período con un triunfo en esta materia. Deseaba una votación en la que esperaba un sí favorable mayoritario al esquema actual, como texto base para ulteriores debates y enmiendas. El 18 de noviembre, el órgano de presidencia anunció la votación para el día siguiente. Llegó el 19 y, con general sorpresa e indignación, la misma autoridad comunicó su anulación. ¿Qué haría el Papa? La patata caliente estaba en manos de Pablo VI. El 20, Pablo VI confirma la decisión de la presidencia. El aplazamiento definitivo produjo gran irritación en la mayoría. ¿Qué había sucedido? Para miembros de la minoría la votación no se ajustaba al reglamento por una sencilla razón: el esquema presentado contenía tantas y tan importantes modificaciones que debía considerarse nuevo. Por lo tanto, según el reglamento, la votación debía ir precedida de un nuevo debate. Pasada la emoción del momento, muchos ajenos a la minoría, le dieron la razón en este caso. Además, el aplazamiento, según opinión muy extendida, fue providencial y permitió una notable mejoría del texto.

19 de noviembre. 19 enmiendas al Decreto sobre el Ecumenismo. El Decreto sería promulgado en la sesión de clausura, el día 21. Dos días antes, el 19 se entrega a la asamblea el texto con 19 enmiendas cuya introducción había exigido Pablo VI. En realidad las enmiendas, examinadas con objetividad, no suponen alteración importante del texto, pero, como escribió el P. Congar, el documento “había perdido su virginidad” y, además, el momento elegido no era el más adecuado, pues el texto había sido ya votado. La introducción de cambios sonaba a desaire hacia los Padres.

21 de noviembre. María “Madre de la Iglesia”. En el discurso final, Pablo VI declara a María, Madre de la Iglesia, título que, repetidamente, la comisión doctrinal se había negado a introducir en el capítulo mariano de la Constitución sobre la Iglesia, negativa secundada por el aula conciliar. Parecía otro desaire a la Asamblea.

Estas peripecias deterioraron mucho la relación confiada entre buena parte del aula y el Papa. Semejante clima fue un mal final para un tercer período, en conjunto muy positivo en la marcha conciliar.