20 de enero.
Domingo II del Tiempo Ordinario

PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías 49, 3. 5-6

El Señor me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.»

Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel –tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-:

«Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 39.   

Antífona: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito;
me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. 

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: “Aquí estoy.”

Como está escrito en mi libro: “Para hacer tu voluntad.”
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.

He proclamado tu salvación ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.

SEGUNDA LECTURA.

Comienzo de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 1, 1-3.

Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro.

La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 1, 29-34

En aquél tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.  Éste es aquel de quien yo dije: 'Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo'.  Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.»

Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo'. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»

Comentario a la Palabra

“El Que ha de Bautizar
con Espíritu Santo”

El evangelio de san Juan sustituye hoy al de san Mateo, que leeremos a lo largo de este año.  Viene a prolongar la reflexión que el domingo pasado se hacía sobre el bautismo de Jesús.  San Juan no narra la escena del bautismo, aunque sí el encuentro con Juan Bautista mientras éste lleva a cabo su campaña de conversión.

La omisión de la escena del Bautismo de Jesús responde al propósito del autor de este evangelio de pasar cuanto antes del relato al discurso, de los hechos de la vida de Jesús a su significado para la vida cristiana.  La institución de la Eucaristía no aparece en el relato de la última Cena.  Pero, a cambio, gran parte del Discurso del Pan de Vida (Juan 6) explica el sentido de “comer la carne y beber la sangre de Jesús”.  No se describe la actividad del Bautizador ni su atuendo ni su forma de vida, porque lo más importante es su “testimonio” en favor de Jesús.  Después de la entrevista con Nicodemo (cap. 3), se menciona de pasada el lugar donde bautizaba Juan, “Enón, cerca de Salim” (Juan 3,23), donde “también bautizaba Jesús”.  Son datos sueltos que ni dentro del mismo evangelio ni en la topografía de Palestina encuentran con seguridad su sitio.  Es posible que de fondo estén las tradiciones relativas al mismo Juan, o bien que sea una referencia al camino de Jesús, el cual desde la región al norte del Mar Muerto, iba camino de Galilea y, por un tiempo, se detuvo en Samaría, región donde algunos sitúan Enón y Selim.

Tiene más interés la discusión “entre los discípulos de Juan y un judío respecto de la purificación” (Juan 3,25).  “La purificación”, kazarismós, es una referencia a los ritos de purificación típicos de la religión judía.  En Qumran abundaban los baños rituales, que suplían los ritos de expiación en el Templo.  En este cambio pudo inspirarse el bautismo como lavado ritual practicado por Juan, también al margen del Templo.  El paso siguiente será el “bautismo en el Espíritu”.  La expresión alude a una purificación interior, más allá de los elementos rituales.  Nace de la acción del Espíritu de Jesús, pero la ha de llevar a término quien se bautiza en cristiano.  El Salmo alude a la sustitución de los sacrificios expiatorios por un retorno personal a Dios.  En lugar de los sacrificios, “me abriste el oído” y, a la llamada a la conversión, la persona da el “¡aquí estoy!”.  El texto griego, que cita la carta a los Hebreos (9,10), dice:  “en cambio me preparaste un cuerpo”.  En ambos casos, es la persona con su decisión y libre aceptación la que está llamada en causa.

Todo esto tienen hoy actualidad añadida, dado el rechazo del bautismo cristiano por parte de quienes pretenden cancelar su adscripción a la Iglesia como bautizados o de quienes reconocen que el haber sido bautizados por sus padres en una edad temprana carece de todo valor en su orientación vital.  El bautismo con agua es un presupuesto para la aceptación personal del bautismo.  Si no se da el paso siguiente, si falta la educación en la fe y el adulto no hace suyas las promesas de vivir cristianamente, el bautismo con agua es solamente un ofrecimiento que se rechaza, una posibilidad que no se desarrolla.

En esta clave es posible leer el fragmento del libro de Isaías en la primera lectura. Los “Cánticos del Siervo” describen la imagen del “siervo ideal”.  Acostumbrados a buscar figurones detrás de estos retratos del “siervo”, se han sugerido los nombres de ciertos reyes que superaron la media, generalmente muy baja, de los reyes-mesías de Israel.  No hay por qué pasar esas referencias ni al Bautista ni al mismo Jesús.  En los “Cánticos” se describe una conducta apropiada para quienes, viviendo en el destierro de Babilonia o en otros lugares de la Diàspora, se mantenían fieles al ideal de conducta del judaísmo auténtico.  Eran mujeres  y hombres a quienes se les enseñaba que, por nacer dentro de un “pueblo santo”, tenían por ese mismo hecho, “desde el vientre materno”, una vocación de testimonio y servicio: servicio religioso en obediencia o fidelidad al Dios de Israel; testimonio, como forma pública de vida en medio de una población no judía.

El bautismo de Jesús no fue un ritual de purificación, sino una ceremonia de proclamación.  El testimonio de Juan lo proclama “Hijo” y “Cordero que quita el pecado del mundo”.  Del mundo y de la teología, como presupuesto habitual de todas las formas religiosas que primero hunden a la persona en su miseria existencial a fin de ofrecerle después remedios para salir de ese abismo.

Si el Cordero quita el pecado, el bautismo cristiano puede prescindir de ese elemento previo.  La persona que se bautiza cristianamente recibe ante todo una proclamación semejante a la que recibe Jesús (“Tú eres mi Hijo”) y una invitación a vivir en esa condición nueva, acercándose lo más posible al espíritu de Jesús.

Hay correspondencia entre el “Siervo Paciente” del libro de Isaías y el Cordero que quita el pecado del mundo.  El “pecado del mundo” es una designación global de la maraña de injusticia y maldad que nos hace avergonzarnos de nuestra historia como integrantes de la humanidad.  Es el “imperio del mal”, no como designación genérica, sino como indicación de las personas que han sido y son capaces de crear condiciones de vida infame para multitudes humanas.  En los tiempos a que se refiere el libro de Isaías ese imperio de maldad se movía a sus anchas en las tierras de Mesopotamia, por donde hoy campan también las huestes del terrorismo.  En tiempos de Jesús el mundo podrido estaba gobernado por un sacerdocio corrupto y la fuerza política de Roma.  Y en aquella red de maldad, la victoria será para el Cordero que quita el pecado del mundo.  Un corderillo, en medio de tantas fieras, soñaba un mundo en el que hasta un niño pequeño podría meter la mano en la “hura del áspid” (Isaías 11,8).

“Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, dice el celebrante antes de la Comunión.  El Pan es el Cordero, esto es, Jesucristo que nos invita a afirmar la fe en el perdón y en la llamada a una vida de santidad por el bautismo.  “Consagrados por Cristo Jesús” son quienes en su nombre y por gracia de su Espíritu se niegan a colaborar con la maldad en el mundo y, hasta donde les toque, en su propia vida.