27 de enero.
III Domingo del Tiempo Ordinario

PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías 8, 23b—9, 3.

En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí;
ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles.

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló.

Acreciste la alegría, aumentaste el gozo;
se gozan en tu presencia, como gozan al segar,
como se alegran al repartirse el botín.

Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro,
los quebrantaste como el día de Madián.

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 26.   

Antífona: El Señor es mi luz y mi salvación.

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?

Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. 
Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 1, 10-13. 17.

Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos.  Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir.

Hermanos, me he enterado por los de Cloe que hay discordias entre vosotros.  Y por eso os hablo así, porque andáis divididos, diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo.»

¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo? Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 4, 12-23.

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea.  Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí.  Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles.  El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.»

Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»

Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre.  Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

Comentario a la Palabra 

HAY UNA SALVACIÓN QUE TODAVIA NO HEMOS COMPRENDIDO


Estos días hemos participado en diferentes oraciones con motivo del octavario por la unidad de los cristianos. Se han celebrado los cien años de esa iniciativa debida a la intuición del anglicano padre Paul Wattson y del episcopaliano padre Spencer Jones, en 1908.

Cien años rezando por la reconciliación de los cristianos y estamos como estamos: encerrados aún en visiones estrechas sobre los carismas, la misión, la confesionalidad. Menos mal que el Concilio Vaticano II acompasó el paso, porque nos lo había puesto muy difícil otro Concilio, el de Florencia (1452), que  declaró “firmemente creer, profesar y enseñar que ninguno de aquellos que se encuentran fuera de la Iglesia católica, no sólo los paganos, sino también los judíos, los herejes y los cismáticos, podrán participar en la vida eterna. Irán al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles (Mt 25,4), a menos que antes del término de su vida sean incorporados a la Iglesia … Nadie, por grande que sean sus limosnas, o aunque derrame la sangre por Cristo, podrá salvarse si no permanece en el seno y en la unidad de la Iglesia Católica” (DS 1351).

Ahora nos da la risa floja al leer un texto así. Pero cuando se pasa la risa, nos viene la sombra de la sospecha que nos hace ver que lo que subyace ahí no está tan superado como parece. Que el español elegido como nuevo prefecto de los jesuitas lleva razón cuando afirma: “hay una salvación que todavía no hemos comprendido”.

Hay exclusiones actuales que son el rostro moderno de la actitud interior que encierra el texto del concilio de Florencia.

Cien años rezando por la unión de los cristianos y aún pretendiendo que no avance una Teología del Pluralismo Religioso. Encerrados en el discurso sobre lo inclusivo y lo exclusivo. Y alimentando los miedos al pluralismo. El temor a entrar en un camino post-confesional en el que prime el intercambio de dones entre cristianos.

No obstante, el salmo 26 que rezamos este domingo en la eucaristía nos alienta a vivir en una espera llena de ánimo. Cuando el Señor es luz y experiencia de salvación se diluye el temor.

Esta luz que despierta el ánimo nos lleva más allá de lo que nuestros ojos ven, quizás porque “hay una salvación que todavía no hemos comprendido”.

Tiene sentido orar por la reconciliación de las Iglesias porque aún hoy, estando ellas separadas, se dan a sí mismas la eucaristía y excluyen a quienes, por la fragilidad humana, han sido heridos con la separación.

Tiene sentido orar por la humildad y la apertura de los hombres y mujeres de iglesia. Dejar que como un mantra, durante toda la semana que iniciamos, resuenen desde nuestras profundidades esos dos versos del salmo: “Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”. Y practicar la denuncia no violenta que es servir.

Quizás sientas que la vida o tus opciones te han ubicado en la “Galilea de los gentiles” y, como aquellos judíos de tiempos de Jesús, sientas que te quieren hacer creer que estás excluido de la Jerusalén fuera de la cual no hay salvación. Pero hoy anunciamos una Palabra que es EVANGELIO justo porque afirma que hay una luz que brilla, que devuelve la vida, en la Galilea de los gentiles.

Tiene sentido no cesar de orar para que la “conversión” redireccione nuestro seguimiento de Jesús. En el evangelio se nos vuelve a recordar la importancia de purificar la orientación de nuestras acciones, que se llama “conversión”. ¿Razón? Porque el Reino se actualiza así, porque todo comienza por una curación, por la salud de la salvación.

El nuevo prefecto de los jesuitas, en su primera homilía como tal, nos ha recordado esa vocación universal a la que somos llamados: “Nuestro Dios, nuestra fe, nuestro mensaje, nuestra salud, son tan grandes que no se pueden encerrar en un recipiente, en un grupo, en una comunidad, aunque sea una comunidad religiosa”.

¡Qué manera tan envidiable de comprender la propia identidad, el propio carisma! ¡Qué modo tan misionero de ensanchar en vez de reducir, en lugar de estrechar! ¡Cómo alienta escuchar a un católico, y además jesuita, mostrando un seguimiento a Jesús así de dilatado!

En su comprensión de la enormidad del mensaje, no reduce su universalidad ni siquiera a la realidad de las “naciones geográficas” sino que esa amplitud de miras le hace ver que “existen otras naciones, otras comunidades no geográficas, sino humanas que reclaman nuestra asistencia: Los pobres, los marginalizados, los excluidos. En este mundo globalizado aumenta el número de los que son excluidos por todos. De los que son disminuidos, porque en la sociedad sólo tienen cabida los grandes, no los pequeños. Todos los desaventajados, los manipulados, todos estos, son quizá para nosotros estas “naciones”: Las naciones que tienen necesidad del profeta, del mensaje de Dios”...

Bueno, podemos seguir enredados en el “yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro…”, pero lo hacemos sabiendo que otro nos ha invitado a dejar las redes, a desenredarnos para “no  hacer ineficaz la cruz de Cristo”, porque el Reino se actualiza al servir, porque “son muchos los que esperan en una salvación que todavía no hemos comprendido”.