3 de enero.
Segundo Domingo de Navidad

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro del Eclesiástico 24, 1-2. 8-12.

La sabiduría se alaba a sí misma, se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades.

En medio de su pueblo será ensalzada, y admirada en la congregación plena de los santos; recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos.

El creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: «Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.»

Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás.

En la santa morada, en su presencia, ofrecí culto y en Sión me establecí; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder.

Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad, y resido en la congregación plena de los santos.

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 147.  

Antífona: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.

Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. 
Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz.

Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 1, 3-6. 15-18.

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.

Por eso yo, que he oído hablar de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo.  Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 1, 1-18.

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

La Palabra en el principio estaba junto a Dios.

Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de los que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió.

La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.

Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.

Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.

Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad

Comentario a la Palabra:

“La Palabra se hizo Carne”

Hemos dejado atrás los villancicos y las noches mágicas de la Nochebuena y el Año Nuevo.  El evangelio de este domingo nos anima a no perder de vista el sentido profundo de la Navidad.

El prólogo del evangelio de san Juan viene a ser como una obertura que sugiere los temas mayores de la obra de nuestra salvación: ser, Dios, palabra, vida, luz, tiniebla, mundo, gracia, verdad.  El evangelio procederá de forma circular o gradual como en una espe­cie de diálogo en torno a estos temas que aparecen repetidamente.

El vocabulario, intencionadamente reiterativo, está lleno de significación.  No se podría decir más con una docena escasa de palabras.  Otros términos que se repiten son: amar, verdad, conocer, vida, mundo, testimoniar, permanecer, creer ... Curiosamente faltan muchos de los términos que se consideran funda­mentales en los evangelios sinópticos: predicar, convertirse, reino de Dios (solamente en 3,3), parábola.

El evangelio se desarrolla según una oposición dramática entre la luz y la tiniebla, entre la verdad y la vida, entre la fe en Jesús y la incredulidad del mundo. Todos estos términos tienen un valor polivalente.  El mundo no solamente designa la realidad existente y la sociedad humana, sino, particularmente, la actitud de indiferencia y también de rechazo de la fe.  De igual manera la persona invitada a la fe es presentada en su realidad natu­ral (carne), incluso en sus posibilidades espirituales (espíritu y alma), pero frente a la fe la persona es solicitada hacia su capacidad “pneumática” (bajo la fuerza del pneuma o Espíritu de Cristo) para que pueda moverse en la esfera del Espíritu.

Los temas que el evangelio va presentando gradualmente responden al propósito de escoger lo mejor que ofrecía el pensamiento de la época para ensalzar el papel central de Cristo.  Él es el único pan, el único pastor;  es la puerta, la vid, el cordero, la pala­bra. el camino, la verdad, la vida, la resurrección.  Todo lo demás que designamos con esos nombres es simple apariencia.

Algunos enunciados del evangelio sorprenden por su claridad.  Sólo este evangelio llama a Jesús «Dios» antes y después de su actividad terrena: al comienzo, en el prólogo (1, 1.18), y al final, cuando el incrédulo Tomás lo trata de «Señor mío y Dios mío» (29, 28).  En principio esto no constituye ningún problema para la fe monoteísta, el axioma básico del judaísmo.  El pensamiento judío contemporáneo de los autores del Nuevo Testamento reconoce al logos como un «segundo Dios», la vertiente cósmica divina que, partiendo de Dios, brilla como Luz en su creación.  Este logos se habría encarnado repetidas veces en personajes humanos y en ángeles, y actuaba en la tierra.  “Eché raíces en un pueblo glorioso”, dice el himno de la Sabiduría que hoy escuchamos en la primera lectura.  Pero que se encarnara exclusivamente en una persona, cuya humanidad y genealogía terrena no ofrecían duda, era toda una novedad.  Es esto lo que afirma Cristo de sí mismo, el cual, aun siendo terreno, es uno con Dios (Juan 10, 30; 17, 11.21).  Jesús hace de esta unidad el objeto de su mensaje, dando un paso decisivo más allá de los evangelios sinópticos.

El evangelio de Juan se centra en la revelación acontecida en Cristo.  Cristo es la luz, la verdad y la vida.  Todo lo que se llame luz, verdad y vida, viene de él.  De esta forma el evangelio de Juan nos propone ir más allá de los datos, con frecuencia anecdóticos, que ofrecen los evangelios sinópticos.  En el evangelio de Marcos “el comienzo” es la predicación de Juan Bautista.  El evangelio de Mateo presenta como punto de partida el árbol genealógico de Jesús;  su acción llevará a cumplimiento las profecías del Antiguo Testamento.  San Lucas ha creado literariamente los cuadros de la Infancia de Jesús como un cumplimiento de la esperanza de Israel, anticipando la celebración gozosa de la Navidad que cada año es alegre representación de la esperanza cristiana con la participación fantástica de cantos de ángeles y zampoñas pastoriles.

El evangelio de este Domingo es menos “navideño”, pero mucho más osado, ya que se remonta al origen de Jesús en el mismo Dios, de cuyo “seno”, kolpos (Juan 1,18), procede la auténtica revelación.  “A Dios nadie le ha visto jamás” y todo lo que podemos afirmar de Él nos llega a través de Jesucristo.  El centurión que, al pie de la cruz, confiesa: “verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Marcos 15,39), nos indica el proceso justo para llegar al conocimiento de Dios a través de la actuación y la enseñanza de Jesús.  Es un rasgo peculiar de la revelación bíblica que se realiza en la historia.  Naturalmente, una historia leída e interpretada con sabiduría, de manera inteligente.  Jesús es el primer exegeta, intérprete de la imagen auténtica de Dios (Juan 1,18: Él nos lo ha explicado, exegésato).  No es un Dios imaginado desde la experiencia del poder en las sociedades humanas: no es un Dios severo, ni cruel, ni vengativo.  Jesús pasó haciendo el bien para enseñarnos que el influjo de Dios en el mundo deberá dejar un rastro de vida, de amor, de liberación de fantasmas funestos, de promoción de lo que ayuda a vivir y a promover el futuro.

Acoger la Palabra y acoger la Sabiduría, a la que hoy se refiere la primera lectura, son dos decisiones propias de un corazón creyente.  Recibir la Palabra a fin de que ilumine nuestra vida, dejar que la Sabiduría eche raíces en nosotros, significa situar nuestra vida en el contexto de una relación familiar con Dios.  Cada año el misterio de la Navidad nos permite vivir la familiaridad con Dios de una forma insospechada para quien, lejos del círculo de esa luz, busca sus raíces exclusivamente en sí mismo.