21 de marzo.
Quinto Domingo de Cuaresma

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías 43, 16-21

Así dice el Señor, que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, tropa con sus valientes; caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. 

«No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo. Me glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 125.

Antífona: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. 

Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.

Al ir, iba llorando, llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 8-14

Hermanos:

Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la Ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos. No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.  La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?»

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.»

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. 

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno,  empezando por los más viejos.

Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante.

Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?»

Ella contestó: «Ninguno, Señor.»

Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»

Comentario a la Palabra:

Algo nuevo

El códice más antiguo que contiene el pasaje es de finales del siglo IV. A partir de esa fecha, empieza a aparecer en manuscritos y traducciones, primero con asteriscos que marcan su extraño origen, luego, como un texto más.

Una hoja suelta sobre Jesús, una historia conservada por tradición oral, transformada en palabra escrita por un autor anónimo, que no es ninguno de los cuatro evangelistas. Una página del recuerdo que fue integrándose poco a poco en esa compilación de memoria colectiva que son los evangelios.

Jesús, por la mañana temprano, en la explanada del Templo de Jerusalén. Jesús, que escribe palabras en la arena y que sólo rompe su silencio para pronunciar frases breves, que transforman vidas. Cristo, que mantiene la paz en medio de la violencia, en la antesala del linchamiento.

Una mujer sorprendida in fraganti. ¿Dónde está, entonces, su compañero? La ley de Moisés manda lapidar a los dos (Deuteronomio 22,22). Casi siempre sucedía, como en este caso, que el hombre desaparecía en el momento oportuno. Interesaba vengar el honor del marido lapidando a su mujer; esa era la costumbre, que sigue siendo brutalmente aplicada en algunos regímenes islámicos. Una vida machacada a pedradas era el precio para restablecer el orden y cumplir la Ley, que entronizaba el predominio de los varones.

“El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”

Jesús se niega a aceptar el desarrollo “legal” de los acontecimientos, y no se limita a mostrar su desacuerdo. Se atreve a decir como los activistas que piden el perdón de la deuda externa de Haití y de los países más empobrecidos “¿Quién debe a quién?

¿Quién es la que ha cometido el pecado, ésta o los pretendidos “justos” que quieren apedrearla?

Estamos convencidos que no solo es injusto extraer pagos de “deuda” de los pueblos del Sur generando impactos destructivos sobre las vidas, comunidades, economías y el medio ambiente, sino que las “deudas” que se reclaman del Sur son ilegítimas y no deben ser pagadas. Planteamos además que los pueblos del Sur son de hecho los acreedores de incalculables deudas históricas, sociales, económicas y ecológicas, adeudadas por nosotros y nuestro modelo de consumo. (www.quiendebeaquien.org)

Aquellos hombres iracundos, de pronto, se vieron envueltos por una explosión de calma. “Se fueron escabullendo uno a uno”. – “acusados por su conciencia” – añaden algunos manuscritos. El fanatismo se interrumpe y la conciencia aprovecha su oportunidad. Sólo así puede advenir lo nuevo.

El profeta Isaías anuncia algo más asombroso que las grandes gestas del pasado, más épico aún que las diez plagas y el paso del Mar Rojo: “Ya está brotando, ¿no lo notáis?” Susurra, buscando nuestra complicidad.

“Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”

Y la vida recupera, de pronto, la textura de lo recién estrenado. Los músculos se relajan después de horas de tensión, el miedo se disuelve y abandona el cuerpo. Los insultos y palabras soeces que infectan los oídos y resuenan en la cabeza se acallan. Jesús se ha alzado y la mira a los ojos.

Y el futuro se abre de nuevo para esta mujer, cuyos minutos estaban contados. Un muro que parecía infranqueable se derrumba; el tiempo se abre, convirtiéndose en camino, como el mar bajo el cayado de Moisés. Ahora la vida es de nuevo posibilidad abierta.

Ya no se apedrea a las mujeres en nuestras sociedades civilizadas, pero muchos aún se resisten a lo nuevo. No es sólo que algunas de ellas ocupan hoy  puestos destacados en todas las organizaciones –salvo la Iglesia Católica– Hay una revolución más silenciosa y honda. Está brotando ¿No lo notáis?

Más allá de las fachadas institucionales, en todas las confesiones cristianas, hombres y mujeres están buscando y encontrando un Jesús más preocupado por la curación de personas concretas y la transformación real de la sociedad que en asentar principios morales o doctrinales, que bajo su capa de orden encubren una dinámica de dominación y sumisión, de egoísmos y miedo.

Hombres y mujeres que peregrinan más allá de los dualismos que dividen al mundo en conservadores y progresistas, religiosos y laicistas, católicos y protestantes, …

Lo puso por escrito Pablo, escribiendo a los Gálatas, pero él lo había oído cantar en las asambleas de la comunidad:

“No hay judío ni griego
no hay esclavo ni libre
no hay hombre ni mujer
porque todos sois uno
en Cristo Jesús”

El escriba leyó la hoja suelta que le había encontrado. Contaba una historia sobre Jesús y una mujer adúltera. No podía negarlo, era Él. Y decidió hacerle un hueco en el manuscrito que estaba copiando. Era del Evangelio según San Juan.