30 de mayo. Santísima Trinidad

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Proverbios 8, 22-31

Así dice la sabiduría de Dios: «El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. 

Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas.  Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada.  No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe.  Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales.  Cuando ponía un limite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres.

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 8.

Antífona: Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra.

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado. 
Qué es el hombre, para que te acuerdes de él; el ser humano, para darle poder. 

Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies.

Rebaños de ovejas y toros, y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar, todo lo sometiste bajo sus pies.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 1-5

Hermanos: 

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.  Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios.  Más aún, hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 16, 12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

—«Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.  Él me glorificará, porque recibirá de mi lo que os irá comunicando.  Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.»

Comentario a la Palabra:

Sobre la Santísima Trinidad
y otros misterios

En el Occidente cristiano, a partir del año 1000, se desarrolla una nueva sensibilidad teológica, con un gusto especial por la abstracción y la sistematización. La Solemnidad de la Santísima Trinidad empezó a celebrarse en Inglaterra, en los albores de este nuevo Milenio, por iniciativa del Arzobispo de Canterbury, Santo Tomás Becket. En el siglo XIV, el Papa Juan XXII lo convirtió en una fiesta universal. Hasta esa fecha “reciente” todas las fiestas de la Iglesia habían sido conmemoraciones de acontecimientos. La Fiesta de hoy es la primera en la que se celebra una doctrina de la fe.

La Santísima Trinidad está en el centro de la vida cristiana. Sin embargo, si buscamos en la Biblia la palabra “Trinidad”, no la encontraremos ni una sola vez. Esto no quiere decir, por supuesto, que la Sagrada Escritura no contenga la revelación de la Trinidad; pero el Nuevo Testamento está más interesado en narrarnos las experiencias de los primeros cristianos con el Misterio del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que en etiquetar a las personas divinas, marcando cada una de ellas con número, e integrándolas en una estructura teórica.

El texto del libro de los Proverbios nos transmite la intuición, presente ya en el Antiguo Testamento, de que el Dios único no es un Dios solitario. Antes incluso de crear el mundo, Dios está acompañado. A su lado está Sofía, la sabiduría, representada en la imagen de una niña que juega con la bola de la tierra. Solo hay un Dios, pero no está solo. ¿Cómo entenderlo?

Entorno al año 1900, los físicos descubrieron que lo que los químicos habían bautizado como “átomos”, es decir entidades totalmente simples que no podían ser a su vez subdivididos (“a-tomo” quiere decir “sin partes”) estaban formados en realidad por tres partículas: protones, neutrones y electrones. Para comprender las extrañas interacciones entre estas partículas se desarrolló una nueva teoría física, la mecánica cuántica, que hizo añicos en pocos años las certezas que habían guiado a la ciencia durante siglos. El universo, según la nueva Física, no es el perfecto mecanismo de precisión que había imaginado la Física clásica. Está, a un nivel fundamental, indeterminado, y permite procesos objetivamente imprevisibles.

Quizás algo parecido es lo que Jesús ha hecho con Dios. Nos lo ha dado a conocer tan de cerca, nos lo ha comunicado tan íntimamente, que lo que parecía un Dios monolítico y “elemental” ha empezado a mostrarnos su compleja interioridad. Para adentrarnos en este Misterio no sirve, como es natural, la “lógica clásica”.

Dios no se limitó a revelar a la humanidad una serie de informaciones interesantes: “Se reveló a sí mismo por medio de Cristo, la Palabra hecha carne, para que los humanos tengamos acceso al Padre en el Espíritu Santo y podamos compartir su naturaleza divina” (Concilio Vaticano II). La Trinidad se nos revela cuando tratamos de acercarnos a Dios desde la vida, guiados por el ejemplo de Jesús e inspirados por el Espíritu.

Dios es ese Misterio del que han hablado o ante el cual han guardado silencio las filosofías y las religiones. Dios innombrable, pero invocado con mil nombres. El inefable, Más-allá-de-todo, al que Jesús llamaba sencillamente “Abbá”.  Cristo, es el rostro de Dios, su presencia transparente en la carne de un ser humano, vulnerable y finalmente vulnerado: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”, le dijo a Felipe el día antes de morir. Él nos ha mostrado el camino a Dios haciéndole accesible. Sobrecoge pensar que Dios, el Creador Todopoderoso, está desde entonces, como Cristo, lavándonos los pies.

Para los católicos, el Espíritu es el gran olvidado de la Trinidad. El gran perdedor en el proceso racionalizador del último milenio que ha llevado a la Iglesia a poner el acento en lo jurídico, lo jerárquico y lo masculino. Los católicos hemos llenado de crucifijos nuestros edificios, pero no sabemos muy bien qué hacer con el Espíritu. Él –o Ella, como sugería la homilía del domingo pasado–  nos introduce misteriosamente en la comunión con el Padre y el Hijo, pero también con toda la humanidad sufriente. Nos lleva a expresar nuestra fe común con otros cristianos, pero también a dialogar con los no-creyentes y los creyentes de las otras religiones. Resulta incómodo para cualquier institución, porque “no sabes de dónde viene o adónde va”. Nos llama a entrar en nuestro interior para percibir su presencia, pero también a salir de nosotros mismos para compartir con los que están humillados o se sienten solos.

En el año 1964, Murray Gell-Mann lanzó por primera vez la hipótesis de que los protones y los neutrones no eran tampoco tan “elementales” como se creía. Propuso que cada uno de ellos está compuesto por tres quarks. Su intuición es hoy el fundamento del modelo estándar, la teoría más exacta sobre la realidad física que se ha elaborado hasta el presente. Eso que, parafraseando a San Juan, “al quark nadie lo ha visto nunca”. La  fuerza que los une no puede ser vencida ni por toda la energía del Universo. El quark está siempre oculto tras esa unidad indivisible que forma con otros quark: Nunca se ha visto, ni podrá detectarse jamás, un quark aislado. Me gusta pensar en esta curiosa estructura como la firma de un Dios trino, lleno de sentido del humor, en las entrañas de la materia.