19 de diciembre.
Cuarto Domingo de Adviento

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías 7, 10-14.

En aquél tiempo, el Señor habló a Acaz: «Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.»

Respondió Acaz: «No la pido, no quiero tentar al Señor.»

Entonces dijo Dios: «Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios?  Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros.»                         

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 23.

Antífona: Va a  entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? 
El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos.

Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. 
Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 1, 1-7.

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre.  Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús. A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de los santos, os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

EVANGELIO.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 1, 18-24

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto.  Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.  Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros.»

Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

Comentario a la Palabra:

Emmanuel significa
"Dios con nosotros"

El evangelio de san Mateo ha condensado artísticamente en cinco escenas algunos pasos de la infancia de Jesús, que son las estampas o cuadros típicos de la Navidad.  Fue un gran acierto del evangelista, como demuestra la pervivencia de esas cinco viñetas a lo largo de veinte siglos tanto en la inspiración de los artistas como en la facilidad con que pueden representarlas los niños.

Cada escena concluye con un texto del Antiguo Testamento en el cual se intuye una anticipación de los pasos de la infancia de Jesús.  Una anticipación no es una profecía de cuyo cumplimiento sea garante el evangelio.  Son más bien palabras que algo tienen que ver con lo sucedido a Jesús.  Nos dan un trasfondo de espera o de promesa, una orientación que, en circunstancias históricas distintas, llega hasta Jesús.

No hay, pues, equivalencia entre la profecía del libro de Isaías que escuchamos en primer lugar y el relato del nacimiento de Jesús en el evangelio.  El texto de Isaías refleja la situación de la ciudad de Jerusalén sitiada por el rey de Siria coaligado con el rey de Samaría, Pécaj, al que Isaías llama despectivamente “el hijo de Romelía”.  El rey de Judá, Acaz, está muerto de miedo, más aún que los habitantes de Jerusalén. 

Temblaban más que las ramas del bosque agitadas por el viento”.  Isaías le invita a confiar en la promesa de continuidad de la dinastía de David.  Y reta al rey cobarde:  “Atrévete a pedir una señal”.  El rey no se atreve, ya que piensa que todo está perdido.
El oráculo del profeta habla del hijo que espera una joven en edad casadera, pero que aún no ha tenido su primer hijo.  Antes de que el niño llegue al uso de razón, la guerra habrá acabado y el niño se encontrará con un mundo en paz.  El significado propio del término que en nuestras biblias, por influjo de la antigua traducción griega de los Setenta, se traduce por “virgen”, quizá alude a la madre del hijo de Acaz, Sedecías, o también a toda joven madre que, como sucede en tiempos de guerra y escasez, teme que el hijo que espera se encuentre con un mundo violento y empobrecido.  El oráculo de Isaías es en términos concretos una invitación a seguir confiando en el futuro.

El evangelio adapta ese oráculo al nacimiento de Jesús, pero sin llegar a donde llegaría luego la leyenda mariana.  Al evangelista le importaba demostrar que Jesús cumplió la primera condición del Mesías esperado por el pueblo de Israel: su pertenencia a la dinastía de David.  Esa pertenencia la asegura – mira por dónde – el esposo de María, cuya genealogía demuestra, según una lista amañada al caso, que efectivamente pertenecía a la línea dinástica de los reyes de Judá.  Para quienes dan valor a las genealogías, el argumento vale.  De hecho los cristianos que oyen este evangelio piensan en otra cosa.  Como el texto del libro de Isaías es un marco de referencia, a nadie se le impide escuchar múltiples resonancias.  Pero ojalá se tradujera más exactamente el mensaje del ángel, que sonaría así:  “José, no tengas reparo en casarte con María, porque, si bien la criatura que ella espera viene de un Espíritu Santo (y por eso se comprende que tú pienses en quitarte de en medio), tienes que ser tú quien le ponga nombre al Niño para que reciba los derechos dinásticos de David”.

Por mucho que hayan avanzado nuestros conocimientos de genética, en toda concepción lograda hay algo de misterioso.  Tiene que darse una conjunción tal de coincidencias que casi podemos considerarnos todos nacidos por azar, esto es, casi de milagro.  En el caso de personas que posteriormente destacarán de forma extraordinaria por sus dotes artísticas o por su personalidad sobre lo normal, buscaremos por instinto algo prodigioso en su mismo nacimiento.

En el caso de Jesús, hijo de David pero sobre todo Hijo de Dios, el prodigio se eleva al grado máximo.  Para los primeros cristianos, destinatarios del evangelio, Jesús era vivido ante todo como “constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte, Jesucristo, nuestro Señor”.   Lo recuerda el prólogo de la carta a los Romanos que leemos hoy en segundo lugar.  La manifestación plena de Jesús tiene lugar a partir de la Resurrección.  También los evangelistas escribieron a partir de la Resurrección, hacia atrás, hacia la aparición pública de Jesús en el entorno del Bautista (San Marcos) o hasta su mismo nacimiento (San Mateo y San Lucas).  El Niño que espera la Virgen María, el que nace en Belén, lo contemplamos nosotros envuelto ya en el resplandor de su Resurrección, en la gloria de su Divinidad.

Es provechoso no saltarse estos detalles de lectura de los textos, aunque parezca que estos evangelios hablan por sí solos.  Una y mil veces los escucharemos con pasmo y con agrado.  Pero es bueno saber de qué va, en qué pensaba quien los redactó y qué pudieron entender los primeros destinatarios.

Un año más los volvemos a narrar.  Y, si alguien se limita exclusivamente a contar de nuevo la historia, el texto cumplirá su cometido.  Es nuestro deber principal, sobre todo si no queremos meternos en complicaciones.  Cuando en naciones católicas como España e Italia asoman reservas sobre el despliegue de Belenes en las escuelas o en las plazas de los pueblos, por no molestar a los de otras creencias, nuestro primer deber es seguir narrando y representando estas escenas de encanto y sabor acrisolado.  Quienes se resisten están en la línea del rey al que el profeta Isaías reprochaba no solamente volverse de espaldas a Dios, sino además dar la vara a los ciudadanos.

¿Qué mejor regalo podemos ofrecer los cristianos como muestra de nuestra fe?  ¿Qué regalo mejor que una invitación al amor y a la paz que todos comprenden?  ¿A quién puede sentar mal una fiesta en la que se brinda a todos el amor que nace de la Gruta y que se canta en villancicos de paz para el mundo entero, el mundo que Dios ama?