13 de mayo. Sexto Domingo de Pascua

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48.

Cuando iba a entrar Pedro, salió Cornelio a su encuentro y se echó a sus pies a modo de homenaje, pero Pedro lo alzó, diciendo: «Levántate, que soy un hombre como tú.»

Pedro tomó la palabra y dijo: «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.»

Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras. Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles. Pedro añadió: «¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?»

Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se quedara unos días con ellos.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 97.

Antífona: El Señor revela a las naciones su salvación.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia
y su fidelidad en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.  
Aclama al Señor, tierra entera,
gritad, vitoread, tocad.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la primera carta del apóstol San Juan 4, 7-10.

Queridos hermanos:

Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 15, 9-17.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»

 

Comentario a la Palabra:

EL AMOR CRISTIANO
NO ES UNA PALABRA

Pide el evangelio de este domingo que nos amemos. Nos da una razón de fe: porque somos  amados por Dios.

Sin ninguna metáfora se nos pide “permaneced en mi amor”.  Dejo que los textos resuenen, hagan eco en mí, mientras visito los proyectos que AyC esta desarrollando en Haití.

El eco del Evangelio se mezcla con la información que me llega a través de las conversaciones y las imágenes y escenas que aparecen ante mí en este país de mayoría cristiana y especialmente católica. Insistentemente resuena ese “que os améis unos a otros” a la vez que escucho a quien me ha dicho que en la región de Hinche el último mes hubo más de doscientos muertos de cólera.

Resuena el que “el amor es de Dios” mientras me cuentan que a un familiar del Presidente de este país, le dieron cinco millones para que en Navidad repartiera regalos a los niños de parte del Gobierno. Esta persona se gastó un millón en juguetes y se quedó con cuatro. La mujer del Presidente la ha destituido de su cargo.  En nombre del Amor del Niño Dios se había convertido en chacal y se disponía a comer carne humana con la excusa de los juguetes.

Quiere Jesús que su alegría esté en nosotros y que “llegue a plenitud”.  Siempre me pregunto por qué les cuesta tanto sonreír a los niños de Chateau o de Fonfrède en este país tan cristiano como sufrido.

Termina el evangelio de este domingo con un mandato: “que os améis unos a otros”.   En este caso, es un mandato.

Dice Juan María Laboa en su libro sobre la Historia de la Caridad en la Iglesia que el cristianismo siempre tiene algo que decir al momento presente.  ¿Cómo hemos de amar en este presente nuestro para que ese amor lleve a la alegría que nos hace amigos de Jesús? ¿Para mostrar que el amor no es una palabra más a sumar al diccionario de la corrupción?

Con la inteligente ironía que caracteriza a Laboa, dice “apenas han existido llamadas de atención, castigos, excomuniones, por actuaciones contra la caridad”. Y durante demasiado tiempo los cristianos ortodoxos prefirieron permanecer bajo el yugo turco antes que soportar a los católicos; los protestantes cristianos consideraron a los católicos peor que a los ateos y los católicos consideraron que las iglesias protestantes se reducían a pura perfidia y falsificación, al considerar que habían desnaturalizado y corrompido la doctrina cristiana.  Siempre las teorías y las doctrinas, ¿qué ha pasado con el “que os améis”? Las homilías de este domingo van a estar llenas de análisis sobre esta palabra.  En esto estaba yo cuando  hemos llegado al dispensario que a las afueras de Los Cayos tienen las Misioneras de María Inmaculada. Se  va a inaugurar mañana, pero llevan años atendiendo a personas enfermas sin recursos, preferentemente niños y en ocasiones adultos de estos barrios.

El terremoto resquebrajó el dispensario-hospital y hubo que cerrar.

Pero están de estreno. Una de las hermanas me lleva habitación por habitación y me va diciendo emocionada: “Estas tres primeras son para atender a los niños, la cuarta es para los análisis del SIDA, la quinta, para Tuberculosis; esta más grande será la farmacia…”  Y seguía hablando sin restar alegría a sus palabras, al contrario había tal ternura y fuerza, tal claridad en lo concreto del amor en ella, que me dije: las personas como esta mujer son la homilía de este domingo en la Iglesia, porque el amor cristiano es una palabra hecha carne para reducir el sufrimiento.

En Haití, y en tantos lugares de nuestro mundo tan querido, como dice B-16, la grandeza de la humanidad viene determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y el que sufre.