8 de junio. Pentecostés

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?

Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 103.

Antífona: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas.

Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo; envías tu aliento,
y los creas, y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13.

Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.

Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

SECUENCIA.

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

Comentario a la Palabra:

ESPÍRITU QUE RECONCILIA

Jesús entendió que tenía una misión en la vida: Ofrecer a todos la amistad de Dios. A todos sin excepción, y esto significaba para él que eran prioridad aquellos a los que la sociedad llamaba “pecadores”.

Cuando todos te consideran un “pecador”, supongo que te lo terminas creyendo. Debe ser terrible vivir como quien se considera abandonado por Dios, apartado de Él.

Durante los días de su vida, eran muchos los que se acercaban a Jesús para pedirle curación o para escuchar sus palabras, pero era él mismo quien tomaba la iniciativa para ir al encuentro de a los “pecadores”.

Muchos se escandalizaban de que Jesús ofreciera indiscriminadamente el perdón de Dios. ¿Quién se creía que era? –Murmuraban los fariseos. Jesús trataba de explicarles su comportamiento con parábolas: Un pastor dejó noventa y nueve ovejas en el campo para ir en pos de la perdida y cuando la encontró, la cargó sobre los hombros; lleno de alegría, convocó a sus vecinos a una fiesta.

En parábolas como ésta, la figura de Cristo se confunde con la de Dios. ¿Quién es el buen pastor? ¿Jesús o el Padre? Cristo encarna a Dios, al hacer lo que Dios mismo quiere realizar sobre la tierra: Reconciliar a todos los humanos consigo y entre sí.

Pentecostés es una de las tres grandes fiestas del año litúrgico.

En la Navidad celebramos el asombro de la encarnación: Dios infinito se hace humano, un bebé frágil sobre el pesebre de Belén.

La segunda gran fiesta es la Pascua: Jesús llevó hasta el extremo su amor por la humanidad y murió en una cruz. A los tres días regresó de la muerte, abriendo para todos la posibilidad de una nueva forma de existir.

El tercer misterio, el que celebramos en Pentecostés, no es menor que los otros dos: Dios confió a una comunidad falible de hombres y mujeres –la Iglesia– la tarea de continuar la obra de Jesús de reconciliar a los humanos con el Padre y entre ellos.

Y para capacitarnos para esta tarea que nos supera, nos dejó el Espíritu: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Para retener pecados, no necesitamos al Espíritu Santo, para eso nos bastamos solos. Lo que el Espíritu posibilita es perdonar. Por importante que sean los sacramentos para la Iglesia Católica, este perdón no puede entenderse como limitado a la penitencia mediada por un sacerdote: La reconciliación es tarea de toda la comunidad.

El pasado 25 de mayo en Belén, el Papa ofreció “su casa” en el Vaticano para un encuentro de oración al Presidente de Israel, Shimon Peres, y al de Palestina, Mahmud Abbás. Ambos mandatarios aceptaron la invitación y se reunirán con Francisco el día de Pentecostés por la tarde.

Todos los cristianos, junto a los hombres y mujeres del judaísmo y del islam, podemos unirnos a esa oración, pidiendo a Dios que inspire a los pueblos y a sus líderes para encontrar fórmulas de convivencia justa y pacífica.

¿Qué más podemos hacer cada uno de nosotros para avanzar hacia la reconciliación universal?

El Espíritu Santo es el aliento de Dios en nosotros. Su presencia es tan sutil, que la mayor parte del tiempo no nos damos cuenta de ella, pero como nuestra propia respiración, el Espíritu nos mantiene en la vida sin hacerse notar. Ante la Fiesta de Pentecostés, tomarnos el tiempo para darle gracias podría ser un primer paso.

No es necesario nada extraordinario. Pararnos un momento, tomar conciencia de nuestra propia respiración. Como el aire que entra y sale de nuestros pulmones, el Espíritu es presencia viva en nosotros. Podemos hablarle muy sencillamente: “Hazme un instrumento de tu paz”.

Orar así aguza nuestra capacidad de estar atentos para descubrir las posibilidades en las que se nos da una oportunidad para decidir amar. Tantas veces vivimos desatentos, otras, estamos tan transidos de ansiedad que carecemos de espacio interior para contemplar la realidad y poder optar.

Tomando al vuelo la oportunidad, Franciso invitó a dos enemigos a rezar juntos en su casa. Un judío, un musulmán y un cristiano orarán al mismo Dios el día de Pentecostés.

Si nos dejamos inspirar por el Espíritu, quizás nosotros también podamos iniciar gestos para avanzar hacia la reconciliación en nuestro entorno.