22 de junio. Corpus Christi

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PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16a.

Moisés habló al pueblo, diciendo: «Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios.

No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.»

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 147.

Antífona: Glorifica al Señor, Jerusalén.

Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.

Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. 
Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz.

Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 10, 16-17.

Hermanos:

El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 6, 51-58.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.  Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer de su carne?»

Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.  El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.

El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.

Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»

Comentario a la Palabra:

Pan Vivo para Vida del Mundo

El evangelio de este domingo pertenece al “discurso del Pan de Vida”, que en el evangelio de san Juan sigue al relato de la multiplicación de los panes y peces.  San  Juan ha omitido el relato de la institución de la Eucaristía en la última Cena, para dar más relieve al lavado de los pies de los discípulos antes de cenar.  El discurso del Pan de Vida contiene una enseñanza más pormenorizada sobre la participación con la vida de Cristo a través de la fe y del rito de la cena.  El evangelio de hoy se encuentra al comienzo de la segunda parte del discurso, que trata directamente de la comunión eucarística.

Se diría que el autor de este evangelio era consciente de la novedad de esta enseñanza.  En varias ocasiones se alude a la resistencia del auditorio ante las autoproclamaciones de Jesús.  “Los judíos murmuraban de él porque había dicho:  «Yo soy el pan bajado del cielo»” (Juan 6,41).  La murmuración es el pecado que marca la resistencia del pueblo de Israel durante la marcha por el desierto.  El discurso de Jesús es criticado como “duro” (sklerós) y “escandaloso” (Juan 6,60-61).

El escándalo nace de la pretensión de identificarse con un pan literalmente “bajado del cielo”, muy superior al maná que alimentó al pueblo en el desierto.  De una manera más concreta, el auditorio se escandaliza cuando la comida a la que se refiere Jesús se identifica con “su carne”:  “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (Juan 6,52). 

Sin miedo a seguir escandalizando, el “comer” al que se refiere Jesús es un auténtico “mascar” o “masticar” (trogo, Juan 6,54).  En la primera parte del discurso las referencias al “comer” y “beber” podían entenderse en sentido intelectual, como en el lenguaje sapiencial:  “Venid a comer de mi pan, a beber el vino que he mezclado” (Proverbios 9,5).  Pero en la segunda parte, cuando aparece el tema eucarístico, la comida y la bebida, el pan, la carne y la sangre adquieren un valor más material, real.

Este sentido realista lo trasmite la tradición del rito de la Cena, que recuerda san Pablo y que hoy escuchamos en la segunda lectura.  Puede discutirse hasta qué punto la celebración de la Cena, la Última de Jesús con los suyos, y la que la Iglesia recibió desde los primeros tiempos como celebración memorial del Señor, fue una comida o fue sólo una “eucaristía”, oración de acción de gracias en el estilo de la oración de bendición, brajá, o de acción de gracias, todá, que son comunes en el judaísmo.

El capítulo final del evangelio de san Lucas nos asegura que los discípulos vivieron la experiencia del Resucitado presente en la comunidad como una revelación en el transcurso de una comida.  Los gestos de Jesús corresponden a ese descubrimiento que tiene que ver con la forma de sentarse a la mesa, tomar el pan, pronunciar la bendición, partir el pan y distribuirlo a los comensales (Lucas 24,30).  Son gestos que se encuentran también en los relatos de multiplicación del pan y de los peces a una multitud hambrienta.  El pan partido, crujiente, el vino vertido, oloroso, son parte de la memoria de Jesús en la Iglesia. 

Aquí es donde se puede comprender la fiesta del Corpus.  Carne, sangre, cuerpo, comer, beber, hacen referencia a la realidad corporal de la manifestación de Jesús.  “Tú no quisiste sacrificios ni ofrenda, pero me formaste un cuerpo”, como dice la carta a los Hebreos citando el Salmo 40,6, según la versión griega de los Setenta, que lee “cuerpo”, soma, en lugar de otía, “los oídos”.

La misa no es sólo un banquete, dicen algunos aferrados a la tradición.  Pero siempre que sea posible, debe mantener el rito y el ritmo de un banquete festivo.  No es necesario dar marcha atrás para recuperar los orígenes de la fiesta del Corpus.  Al fin no es una fiesta muy antigua, pues comenzó a celebrarse en el siglo XIII, a raíz de unas revelaciones a una religiosa de un monasterio de Lieja, en Bélgica.  El papa Urbano IV había sido arcediano de Lieja y estaba al tanto de las visiones de la religiosa.  Para colmo, su elección tuvo lugar no en Roma, sino en Viterbo y entre Viterbo y Orvieto pasó los años de su pontificado, sin establecerse en la Ciudad Eterna.  En la región de Viterbo tuvo lugar el milagro de Bolsena.   Al partir la hostia consagrada, el celebrante tuvo sus dudas de que fuera realmente el cuerpo de Cristo.  Para sacarlo de su incredulidad, salieron de la hostia algunas gotas de sangre que mancharon el corporal, que se conserva hasta hoy en la en la catedral de Orvieto.

No hace falta llegar tan lejos.  El realismo de la Eucaristía se manifiesta en los dones que presentamos y en la realidad de la comunidad que se edifica en torno a la mesa eucarística.  “El pan que partimos es comunión con el cuerpo de Cristo”.  Ese cuerpo es la misma Iglesia, que puede hacer realidad la promesa de ser ella misma por la Eucaristía, “pan para vida del mundo”.  La Eucaristía es servicio a la vida del mundo de manera gratuita, poniendo a los más débiles y necesitados en el centro de sus preferencias.  De esta forma el pan se hace carne, se hace realidad concreta y visible.  La eucaristía abierta a todos, sin exclusivismos ni preferencias, fue una de las razones de la rápida difusión del cristianismo.  Una celebración eucarística abierta al impulso ecuménico será vida para el mundo que ha de superar enfrentamientos religiosos o culturales.

Hay que dejar de lado muchos motivos tradicionales para que la Eucaristía recupere su fuerza iluminadora y vitalizadora del mundo.  Las palabras de Jesús en la Cena se entienden comúnmente en el sentido de que el Pan se ha hecho Cuerpo y el Vino se hace Sangre.  ¿Por qué no entenderlas en el sentido más obvio de que en adelante la carne de los sacrificios antiguos será sustituída por el pan, como alimento compartido eucarísticamente en memoria de Jesús, y que la sangre de los viejos sacrificios será en adelante el vino de la celebración eucarística?