15 de marzo.
Cuarto Domingo de Cuaresma

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del segundo libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23.

En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén.

El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada.  Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio.

Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos.  Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»
En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino:

«Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 136.

Antífona: Que no me olvide de Tí, Señor

Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras.

Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión.»

¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! 
Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha.
Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 2, 4-10.

Hermanos:

Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia estáis salvados–, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él.

Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

rque estáis salvados por su gracia y mediante la fe.  Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir.
Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 3, 14-21.

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

«Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que no cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

Comentario a la Palabra:

¡Por pura gracia estáis salvados!

El cuarto domingo de Cuaresma es llamado también Domingo de Laetare. En la misa latina, el canto de entrada para este día comenzaba con las palabras “Laetare Ierusalem”: ¡Alégrate, Jerusalén! Como haciendo un alto en el camino, pasado el ecuador de la Cuaresma, la Iiturgia llama a refrescarnos en la alegría de la salvación. Comenzábamos el itinerario cuaresmal de este año reconociendo la existencia del mal en nuestra vida y en el mundo. Hoy las lecturas nos hablan de una salvación ya lograda por pura gracia.

Cristo nos pide hoy que dirijamos nuestra mirada sobre su cuerpo destrozado por la violencia de la cruz. No resulta fácil: Es como mirar de frente a una serpiente. Se entiende por qué durante los primeros siglos, los pintores cristianos se resistieran a representar a Jesús crucificado.  Se negaban a pintar la crueldad ensañándose contra el inocente, el lado más oscuro de hombre desatado sobre el único ser libre de culpa.
El evangelista Juan tiene la osadía de hablar de esta bárbara tortura como exaltación: “Así tiene que ser exaltado el Hijo del Hombre”.

Cristo en la cruz está ‘exaltado’ para nuestra contemplación. Si superamos la repulsión inicial (Hay en este rechazo algo más oscuro que la repugnancia ante lo sanguinario: Algo en nosotros se resiste a abrirse a esta visión que revela la vaciedad de nuestras búsquedas de prestigio y  poder y deja sin sustento de nuestras idealizaciones) descubriremos la libertad de un amor inimaginable.

El interlocutor de las palabras del Jesús en el evangelio de hoy es Nicodemo, el sabio judío que había venido de noche para conversar con él: “¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo viejo?” – Le había preguntado en una oscuridad apenas zarandeada poruna vela. Jesús le ofrece contemplar la extraña luz que proviene de la cruz.

Para quien sabe mirar, la cruz es revelación.  En ningún lugar está Dios tan cerca de la humanidad. En ella contemplamos hasta dónde ha querido ir Dios en su amor al mundo. Es un amor que da vida: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir”.

Ser exaltado, ¿quién no lo ansía en algún rincón oculto de su alma? Ser admirado, famoso, rico, con éxito. Pero si yo soy mi salud, mis conocimientos, mi belleza, mi prestigio, mi cuenta corriente, que llegan y pasan, que me exaltan y me dejan caer. ¿Quién soy en realidad? Y si me aman sólo por mis cualidades y mis obras, ¿soy de verdad amado?

La Cruz ha revelado que Dios no me ama y no ama a nadie en virtud de sus cualidades ni de sus obras, sino que nos ama independientemente de ellas: “por su gracia y mediante la fe.  Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios”.
Dios que ama al crucificado, desnudo y sin cualidades, maldito de la Ley. Dios que es también el crucificado, que  muestra exaltado su amor incondicional por cada ser humano. Esa es la fuente de una libertad inaudita, que arroja luz sobre lo que realmente soy.

“Esta es la krisis”, dice el texto griego de la Escritura, una frase que se ha traducido como “En esto consiste el juicio”. La crisis que me pone al descubierto de las etiquetas religiosas e ideológicas tras los cuales me escondo y me lleva a redescubrirme simplemente como un ser humano ante Dios. Allí puedo dejarme iluminar por la luz del Crucificado que me re-crea como lo que soy: obra de Dios “creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos”.