26 de abril. Cuarto Domingo de Pascua

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 4, 8-12.

En aquellos días, Pedro, lleno de Espíritu Santo, dijo: «Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros.

Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 117.

Antífona: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.  
Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes.

Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación.  
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.  
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.

Bendito el que viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor.  
Tu eres mi Dios, te doy gracias; Dios mío, yo te ensalzo.  
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la primera carta del apóstol San Juan 3, 1-2.

Queridos hermanos:

Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!  El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos.  Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 10, 11-18

En aquel tiempo, dijo Jesús:

«Yo soy el buen Pastor.  El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que atraer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla.  Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente.  Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.».

Comentario a la Palabra:

LOBOS Y ASALARIADOS
CERCAN LA PASCUA

Este cuarto domingo de Pascua no reflexionamos sobre ninguna de las apariciones del Resucitado. La figura que nos muestra el evangelio de hoy es la del Buen Pastor. Imagen que nos cuesta aceptar por los abusos y la inmadurez que ha generado en tantos que llegaron a creerse que “ellos eran el buen pastor”. Figura discutida y bien seguro que a superar en su acepción jerárquica. Otros textos del evangelio nos muestran que el deseo de Jesús es la fraternidad.

Se trata de un pastor atípico, este del evangelio. Va más allá de ser un buen profesional. Es quien “da la vida”, figura de la buena noticia de Pascua.

Sabemos que quien habla no es Jesús sino la comunidad de Juan, que pone esta explicación en boca de Jesús. Comunidad cristiana que está experimentando la locura de los lobos, la avidez de los asalariados, la cobardía de los que abandonan y huyen. Tiempos duros y recios para la vivencia pascual. Metidos en los túneles del miedo buscan en Jesús el aliento que viene del Resucitado, la buena noticia de Pascua.

Así nos hablan de un conocimiento de especial calidad con el Señor, similar al de Jesús con el Padre Dios. Un conocimiento del que nace la capacidad de dar la vida por amor. Conocimiento y experiencia del hecho nuevo de ser “hijos de Dios”, como Jesús. No sus borregos ni sus ovejas, sus hermanos. Personas autónomas, generosas, capaces de meter en juego su inteligencia.

El conocimiento de Dios es libertad ante el lastimar de los lobos. Ayuda a resistir abriendo caminos, buscando los otros apriscos en los que también se espera la buena noticia de Pascua. En todos se ha de producir esa “atracción” que es experiencia de la victoria de la vida. Como Jesús es atraído por el Padre Dios, desea atraernos a todos hacia Él.Podemos acercarnos a este evangelio con una mirada ecuménica, pese a ver en su trasfondo posibles conflictos de liderazgo. “Ecumenismo de la sangre” decía días atrás el papa Francisco.

El redentorista Nicolás Ayouba nos contaba que cuando el pasado mes de enero, los islamistas atacaban las iglesias de Niamey no preguntaban por los católicos, ni por los protestantes. Buscaban cristianos. Y no solo cristianos, también musulmanes que no estén dispuestos a someterse como borregos a la dictadura de un dios incapaz de misericordia.

El Dios que pasa por nosotros como en una Pascua es atracción, conocimiento, capacidad para el don de sí.

Sin negar la existencia de los lobos, su famélica voracidad, el Evangelio nos invita a ir más lejos, más allá de nuestros solos intereses. Nos invita a trabajar para que sea posible la fraternidad de la Pascua.

Los habitantes de Lampedusa están acogiendo, no sólo los cadáveres de tantas víctimas de los lobos de hoy, sino también abriendo sus casas a los que hasta bracean para salir de los túneles del terror. ¿Seguirán los lacados lobos europeos, asalariados con sueldos que ofenden a los empobrecidos, seguirán ignorando el deseo de quien está entre nosotros como “cordero llevado al matadero”, aunque es Pascua?