22 de noviembre. Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo

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PRIMERA LECTURA.

Lectura de la profecía de Daniel 7, 13-14.

Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él.

Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán.  Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 92.   

Antífona: El Señor reina, vestido de majestad.

El Señor reina, vestido de majestad,
el Señor vestido y ceñido de poder.

Así está firme el orbe y no vacila. 
Tu trono está firme desde siempre, y tú eres eterno.

Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa, Señor, por días sin término.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura del libro del Apocalipsis 1, 5-8.

Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra.

Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre.

A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos.  Amén.

Mirad: El viene en las nubes.  Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron.  Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa.  Sí.  Amén.

Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.»

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 18, 33b-37.

En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?»

Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»

Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»

Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo.  Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos.  Pero mi reino no es de aquí.»

Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?»

Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey.  Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad.  Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»

Comentario a la Palabra:

Un rey que desarma

Llegamos al final del año litúrgico, y la lectura de la eucaristía pasa –sin avisar– del evangelio de Marcos, que nos ha estado acompañando durante todo este año 2015, al de Juan; un cambio un tanto innecesario, pues esta escena del encuentro de Jesús con el gobernador romano Poncio Pilato se halla en cada uno de los cuatro evangelios.

Estamos a Viernes Santo, al final de una semana cargada de acontecimientos.

El domingo anterior –Domingo de Ramos–, Jesús entraba en Jerusalén como el Mesías; eso sí, con un toque de humor. Lo hacía a lomos de un burro, que es como si el rey Felipe VI hubiera acudido a su coronación en una de esas bicis que alquila nuestro ayuntamiento en Madrid.

El lunes, expulsó a los vendedores del Templo, en un gesto de protesta que levantó las iras de los responsables de aquella institución: “Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley se enteraron y buscaban el modo de acabar con Jesús, porque lo temían, ya que toda la gente estaba asombrada de su enseñanza” (Mc 11,18).

El martes, pasó el día dialogando con distintos grupos en la explanada del Templo de Jerusalén. Las autoridades eligieron no intervenir, no sea que se armase  una algarada en aquel lugar santo; Jesús era muy popular.

El miércoles, Judas Iscariote se reúne con los jefes de los sacerdotes para negociar las condiciones para entregar a Jesús (Mc 14,10-11). Les promete que buscará la ocasión adecuada para que puedan arrestarle sin causar un tumulto.

El jueves. Jesús utiliza este último día de libertad para preparar una cena en la que despedirse de sus amigos. Tras ella, es arrestado. Aquella misma noche se organiza un simulacro de juicio religioso en el que es condenado por blasfemia.

Y llegamos al pasaje que hemos leído hoy en el evangelio. Las autoridades judías necesitan la cooperación de los romanos para poder aplicar la pena de muerte. Temprano en la mañana, Jesús es llevado a la presencia de Poncio Pilato. Allí se sitúa el discurso que hemos escuchado en la liturgia de hoy.

Los jefes del Templo habían “traducido” para el pagano Pilato la acusación de blasfemia que habían dictado durante la noche. Según ellos, Jesús se había proclamado “rey”. Declararse rey es un desafío que el Imperio no puede tolerar.

Jesús es consciente de la estrategia de los responsables del Templo, por eso, a la pregunta de Pilato sobre si él es rey, responde: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»

Pilatos se desmarca y pone sobre las cartas sobre la mesa: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
Jesús no rechaza este título “rey de los judíos”, pero le explica que “su Reino no es de este mundo”.

Lo que caracteriza a un rey, o presidente, o cualquier otra autoridad de que gobierne un Estado, es que tiene la capacidad de ejercer la violencia. El Reino de Jesús no es de este mundo, porque “Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado”. Jesús no tiene hombres armados que le defiendan, se ha desposeído de toda capacidad coercitiva.

Y sin embargo tiene autoridad; tanta, que dos mil años más tarde, millones de hombres y mujeres seguimos deseando obedecerle.

El único poder de Jesús es la verdad; y es tan grande este poder, que puede pedirnos lo que ningún Estado o institución podrá exigirnos nunca.

Construir una democracia consiste, por un lado, en dotar al Estado de las instituciones necesarias para su funcionamiento, y por otro, de establecer mecanismos para proteger a los ciudadanos de su poder. Porque hay cosas que nunca debemos entregar por la fuerza, sólo podemos rendirnos completamente ante un poder desarmado.

Y sin llegar tan lejos. Yo que trabajo entre otras cosas como profesor, tengo como tal la potestad de ejercer cierta coerción sobre mis alumnos: puedo obligarles a leer libros, a redactar trabajos y  a memorizar datos, con la amenaza de ponerles mala nota o la promesa de un punto extra. Pero ningún profesor podrá nunca forzar a un alumno a que disfrute de una novela; u obligarle a desplegar su creatividad en el proyecto que debe entregar. Si lo consigue, no será por la promesa de premios o la amenaza de castigos, sino porque ha sabido conducirle hasta la puerta, para que el estudiante entre por su propio pie.

Lo que construye verdaderamente a las personas no puede ser forzado. Jesús es el rey desarmado, que por haber renunciado a toda coerción, puede conducirnos a donde ningún otro poder puede llevarnos.

En estos tiempos violentos, sería irresponsable no reconocer el logro que supone la democracia y el Estado de derecho; pero ninguna institución, por democrática que sea, podrá librarnos del miedo.

Nos empeñamos en ignorar que ninguno de nosotros saldrá vivo de esta vida. Solo Aquel que no fuerza jamás, puede llevarnos a abrazar libremente nuestra vulnerabilidad.
Jesús, rey desarmado, dispuesto a morir testigo de la verdad.

No olvidaremos a esos 129 de París, pero ellos no son los primeros muertos de esto que el presidente Hollande ha declarado ser una guerra. Miles de otros ya habían sido asesinados, muchos de ellos musulmanes; otros, cristianos. Entre éstos, algunos entregaron su vida como mártires, dando testimonio de su fe, prefiriendo morir a matar.

¿Cómo vivir de manera digna del testimonio de los mártires, y de su rey, Jesús?