26 de febrero. Domingo VIII del T.O.

PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías 49, 14-15. 

Sión decía: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado.” ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. 

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 61.

Antífona: Descansa sólo en Dios, alma mía. 

Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación;
mi alcázar: no vacilaré.

Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.

De Dios viene mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme, Dios es mi refugio. 
Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón. 

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 4, 1-5.

Hermanos:

Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.  Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel.  Para mí, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas.  La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor.

Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor.  Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios. 

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 6, 24-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Nadie puede estar al servicio de dos amos.  Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo.  No podéis servir a Dios y al dinero.

Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir.  ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?  Mirad los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta.  ¿No valéis vosotros más que ellos?

¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?

¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan.  Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos.  Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?  No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir.   Los gentiles se afanan por esas cosas.  Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso.

Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura.  Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio.  A cada día le bastan sus disgustos.”  

 

Comentario a la Palabra:

“No os agobiéis por el mañana”

La exhortación del evangelio de hoy a no agobiarse ni por el vestido ni por la comida nos suena muy directa y actual.  Se ha sugerido que se trata de una recomendación laica, de sabiduría humana, sin apoyo religioso. No se menciona la habitación, el tercer campo del agobio en las listas tradicionales: vestido, comida y habitación.

Pero el hecho de que exista en el evangelio de Lucas un texto prácticamente igual en su extensión, en los ejemplos, hasta en varias de las fórmulas, limita esa equiparación con la sabiduría profana.  Es probable que ambos evangelistas, Lucas y Mateo, tomaran el texto de la llamada fuente de dichos.  En tal caso, podemos concluir que la fe confiada en el Creador fue desde antiguo una diferencia del ser cristiano frente a la inquietud angustiosa del alma no cristiana.  El tema de la confianza en Dios frente a la incertidumbre del mañana aparece en los escritos del mártir san Justino, de Orígenes y de Clemente Alejandrino.

Pero también aparece ya en el Antiguo Testamento.  En los escritos sapienciales se encuentran ejemplos de animales de los que el mismo Dios también se ocupa.  “Da su alimento al ganado y a las crías de cuervo que graznan” (Salmo 147,9).  Los cuervos, como objeto de la providencia divina, son mencionados en el texto sinóptico de Lucas 12,24.  Es probable que Lucas los mencione porque en el lenguaje cotidiano de Grecia eran considerados el último lugar a donde se podía enviar alguien, en la expresión “vete a los cuervos”, como quien dice “vete a la basura”.

Ante los ejemplos del cuidado solícito de Dios por las creaturas, no hay que olvidar la advertencia de san Pablo sobre el precepto mosaico de  no atar al buey que ara:  “¿es que a Dios le importan los bueyes?” (1 Corintios 9,9).  Y tendríamos que decir que sí, atendiendo a las afirmaciones del evangelio de hoy.  Pero sólo como referente para afianzar nuestra confianza en Dios Creador.  La tierra tiembla, los océanos se desbordan, las lluvias destruyen la vida.  Pero lo más grave es la suerte de las personas que sufren todas estas calamidades.  Con la humanidad desaparece toda forma de vida.  Ni flores, ni cuervos se salvan cuando la humanidad desaparece.  ¿Qué confianza puede infundirnos la tierra que pisamos?

No nos atrevemos a juzgar la recomendación del evangelio de no vivir agobiados porque “nuestros cabellos están contados y ninguno se perderá”. Pero se pierden, aunque nos creamos valer más que los gorrriones (Mateo 10,30; Lucas 12,7).  Cllaro que estos ejemplos hay que tomarlos con humor igual que tomamos los motivos de angustia que cultivan personas inseguras o maniáticas.  Pero más que tiempos pasados hoy no pisamos seguros esta tierra.

Todo esto se puede discutir como si fuera un entretenimiento.  Sabe a las Florecillas de san Francisco.  “Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior” (Francisco, Lodato sì, n.10).

Pero hoy hasta 800 millones de personas pasan hambre.  Millones están pasando el duro invierno en campos de refugiados, sin calor, bajo la escasa protección de tiendas de campaña.  ¿No es insultante afirmar que Dios, el cuidador de cuervos y gorriones, se cuida también de ellos?

El evangelio de hoy nos puede distraer de nuestra responsabilidad ante la miseria del mundo.  No es Dios el encargado de remediarla, sino nosotros.  Esto supone que damos su valor a esa disyuntiva con la que hoy se abre el evangelio en un dicho que se encuentra igual en Lucas 16,13 y en el evangelio apócrifo de Tomás (“no es posible montar al tiempo dos caballos ni disparar al mismo tiempo dos arcos”, n.47).  Es imposible de toda imposibilidad.

En la práctica muchos se empeñan en cabalgar así.  La exclusión tajante de ese intento justifica el rechazo de Jesús:  no es que el dinero pueda convertirse en nuestro ídolo frente a Dios, sino que el dinero frente a Dios es ya un ídolo al que todo se sacrifica.  Claro que necesitamos dinero y la Iglesia también lo necesita para vivir y para acudir en socorro de las muchas personas que no tienen a nadie que les ayude a salir de la extrema necesidad.  Y esto en un mundo en el que a cada momento salta el caso de otro tiburón insaciable en su codicia.  Son los que han convertido al dinero en su “dios”, al que se sacrifica toda la vida.  ¿Cuándo dejarán de robar acumulando cantidades fabulosas de dinero?  ¿Es posible que nada les baste?  Nada, porque su afán de poseer es alimentado sin límite, sin tregua.  Dios ha sido arrinconado.