18 de febrero
Primer Domingo de Cuaresma

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Génesis 9, 8-15.

Dios dijo a Noé y a sus hijos: «Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra.  Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.»

Y Dios añadió: «Ésta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo el que vive con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra.  Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco, y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 24.

Antífona: Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad.

Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.

Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas. 
Acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.

El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol San Pedro 3, 18-22

Queridos hermanos:

Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios.

Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.
Con este Espíritu, fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos –ocho personas– se salvaron cruzando las aguas.

Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús, Señor nuestro, que llegó al cielo, se le sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1, 12-15

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto.

Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían.

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.  Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»

Comentario a la Palabra:

Dios es quien quiere y establece su alianza con nosotros. “Nunca más volverá la vida a ser aniquilada”. Es un Dios de vida no de castigo.

El adversario, con sus múltiples nombres y apariencias −tentador, divisor (diablos), satanás...−, intenta desviar a Jesús de esa promesa. Marcos nos lo cuenta insistiendo en la presencia del Espíritu, tanto en los cielos abiertos del bautismo como empujando
hacia el desierto.

El desierto puede ser un lugar geográfico, marcado por la austeridad y los peligros: la falta de vegetación y de agua. Sin embargo, es también un lugar fecundo, que nos lleva a sacar de nuestro interior lo mejor de nosotros mismos. A todos nos hace bien vivir unos días de “desierto”, sin ruidos ni voces, desconectados. Solamente atentos, como Jesús, al empuje del Espíritu, a su aliento que llega directamente a nuestro corazón. No a la voz del tentador.

Con la brevedad que le caracteriza, el evangelista Marcos no nos da ningún detalle de las tres tentaciones (los vemos en Mateo y Lucas).

En estos dos versículos, y como continuación del bautismo de Jesús, deja claro que es el Espíritu quien “empuja”. Este evangelista no cuenta nada más. Como para que nos fijemos que es el Espíritu quien nos lleva hacia la fecundidad, sacándonos de los lugares áridos y adversos, de las luchas estériles.

Los simbólicos “cuarenta días” nos recuerdan los cuarenta años del pueblo de Israel atravesando el desierto, camino de la libertad. Este largo periodo de tiempo nos dice que no será ni fácil ni corto.

Habrá que confiar y perseverar. El Espíritu hace florecer los desiertos sin oasis. Al final “conviviremos con los animales de la tierra y seremos cuidados por ángeles”. Un restablecimiento de esa armonía con la naturaleza que hemos roto.

Que Jesús fuera tentado nos deja entrever su humanidad, su lucha para no caer en las tentaciones, las de ahora y las que aparecerán a lo largo de todo su ministerio. La Iglesia continúa teniendo las mismas, nosotros también. Guiados por el Espíritu podemos no “caer”, no entrar en ellas. Las tentaciones no faltarán. Por eso en el evangelio de Lucas se nos dice: “El diablo se alejó de él hasta otra ocasión”. Si no entramos en ellas, podemos fortalecernos en la prueba y juntos volver a ver el “arco de la alianza”: Dios con nosotros, arco de luz y colores que nos recuerda que el Reino de Dios está cerca.

Que sepamos resistir a “aquel que divide”, que nos divide en nuestro propio interior. Resistir a las tentaciones que hoy son los falsos valores. Para hacer posible lo que ya anunciaba Isaías: “Serán vecinos el lobo y el cordero, el leopardo se acostará con el cordero. Y un niño pequeño los conducirá”.