30 septiembre.
Domingo XXVI del T.O.

Nm 11,25-29
Sal 18,8.10.12-13.14: Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
St 5,1-6
Mc 9,38-43.45.47-48:

Evangelio

En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: “Maestro, hemos visto a
uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido
impedir, porque no viene con nosotros”. Jesús respondió: “No
se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no
puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros
está a favor nuestro. Y el que os dé a beber un vaso de agua
porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin
recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos
que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra
de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te induce a pecar,
córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos
manos a la ‘gehenna’, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te
induce a pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que
ser echado con los dos pies a la ‘gehenna’. Y, si tu ojo te induce
a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios,
que ser echado con los dos ojos a la ‘gehenna’, donde el gusano
no muere y el fuego no se apaga”.

Comentario

Jesús cambia las fronteras de la Iglesia: considera que aquellos
que hablan en su nombre, sin formar parte explícita del grupo de los
discípulos, están con él. Al contrario, él pone en guardia contra los
“del interior” que por su comportamiento se arriesgan a hacer caer
“a uno de estos pequeños” y, por tanto, no estarán con él como
piensan. La unión con Dios se produce en la sinceridad del corazón
y no recupera más que parcialmente los límites visibles de la Iglesia.
Además, se manifiesta en el hecho de no despreciar a los más
pequeños. Jesús se mostrará particularmente exigente hacia sus
discípulos en este punto. Que la misión confiada por el Evangelio
no supone ni un título de gloria, ni un certificado de pertenencia a
un club privado. Si los evangelios han sido escritos en griego, en
el idioma de comunicación de la época, es para no guardar para
sí la información, para no crear un acceso reservado a Dios. Es un
acto de trasparencia. Pablo tendrá una palabra que lo describe: la
parresía; es decir, el libre acceso a Dios y la franqueza de tono en la
expresión de la Iglesia.
Esta exigencia de trasparencia y esta libertad de palabra parecen
corresponder a lo que Jesús llama: la sal en ti mismo, pero también
añade: “Estad en paz unos con otros”. Que esta libertad de expresión
no sea pretexto para las rupturas y la falta de compromiso.

En tu Evangelio aprendo, Señor, que todos los hombres y mujeres de
buena voluntad que hacen el bien, ayudan a quienes lo necesitan y son capaces
de intuir el don que habita a todo ser humano: ¡“son de los nuestros”!