21 octubre. Domingo XXIX del T.O.

Evangelio: Mc 10,35-45

En aquel tiempo, se le acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir”. Les preguntó: “¿Qué queréis que haga por vosotros?”. Contestaron: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?”. Contestaron: “Podemos”. Jesús les dijo: “El cáliz que yo vaya beber lo beberéis y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado”. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos”.

Comentario

“El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor”. Como los discípulos, nosotros también somos duros para comprender las exigencias del seguimiento de Jesús. ¡Qué pretenciosos llegamos a ser! Preferimos el primer puesto, que se nos vea al lado del que manda. Ambicionamos su poder. En el mundo educativo y laboral, todo es muy competitivo. Nunca se nos dice que está bien ser un buen número dos o tres, se nos enseña a luchar sin descanso por el número uno, el primer lugar. ¡Cuánto bien nos haría si alguien nos dijera: “Puedes ser muy feliz siendo el número dos o tres”! Quizás entonces, llegaríamos al primero sin tanta crispación, sin hacernos daño. Y, sobre todo, sin pisotear a los demás. Esta ambición de ascender está en todas las instituciones, en todos los grupos y en la misma Iglesia. ¡Qué certero es el papa Francisco cuando habla contra esta aspiración! Jesús es el que se abaja para sacar el polvo de nuestros pies. “Se rebajó a sí mismo”. Como el buen samaritano, que bajó de su cabalgadura para levantar al herido. O el buen pastor, que se agacha para recoger y cargar con la oveja sin miedo a contagiarse de su olor. Es el Siervo que menciona Isaías. Por eso se alzará, porque “se dio a sí mismo... verá descendencia, alargará sus días, lo que plazca al Señor se cumplirá por su mano... verá la luz, se saciará”. Jesús pide “beber su misma copa”, tener la misma entrega de amor incondicional. Entonces, tendremos el lugar importante. Tras su resurrección, nos alzará con él.

¡Señor, mantennos críticos ante el ejercicio del poder, para que seguirte sea levadura de un tiempo nuevo!