4 noviembre
Domingo XXXI del T.O.


Dt 6,2-6
Sal 17,2-3a.3bc-4.47.51ab:
Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.
Hb 7,23-28
Mc 12,28b-34:

Evangelio


En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
“¿Qué mandamiento es el primero de todos?”. Respondió
Jesús: “El primero es: ‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios,
es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. El
segundo es este: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No
hay mandamiento mayor que estos”. El escriba replicó: “Muy
bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor
es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el
corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al
prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos
y sacrificios”. Jesús, viendo que había respondido sensatamente,
le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y nadie se atrevió
a hacerle más preguntas.

Comentario

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma
y con todas tus fuerzas”. ¿Somos conscientes de que estas palabras
tan conocidas contienen una revelación trasformadora sobre Dios?
La primera petición de Dios es la de ser amado. Y ser amado no
con un amor banal y aburrido, sino con un amor total y apasionado:
“¡Con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas!”.
Toda petición auténtica de ser amado tiene algo de emocionante,
de conmovedor. Y cuando esta petición nos llega de Dios, ella
viene a transformar nuestra percepción de la misteriosa presencia
divina que nos llena. Más todavía, esta petición viene a transformar
la naturaleza misma de nuestra relación con Dios, llevándola a una
nueva dimensión: no se trata ya, sin embargo, de una relación de
sentido único, que se reduciría a ruegos humanos, a veces, en el
límite del chantaje, sino de un intercambio de amor auténtico, de un
amor mutuo, recíproco.
Esta demanda de ser amado apasionadamente es igualmente
transformadora por su capacidad de ofrecernos una motivación, de
las más poderosas, para amar a Dios. ¿La motivación de dar lo mejor
de su amor no se alimenta del descubrimiento maravilloso de las
expectativas más emocionantes del ser querido?
Atreviéndose a amar a Dios a partir de nuestra manera de ofrecer
un amor tal como es hoy, hacemos posible la plenitud de nuestra
relación con Dios. Aquí se encuentra la fuente de donde extraer siempre
nueva fuerza y la alegría de cumplir su segunda petición, la de
ofrecer una vida feliz a los que nos rodean.


¡Es tu amor, Señor, el que nos dice: escucha, escucha, escucha… no
estás lejos del Reino!