23 diciembre.
Cuarto Domingo de Adviento


Miq 5,1-4a
Sal 79,2ac.3b.15-16.18-19:
Oh Dios, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.
Hb 10,5-10
Lc 1,39-45:

Evangelio


En aquellos días, María se levantó y se puso en camino deprisa
hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa
de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel
oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó
Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Quién soy
yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu
saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho
el Señor se cumplirá”.

Comentario

Cuando los hijos de Isabel y de María, Juan y Jesús, fueron mayores,
a muchos les parecieron rivales. El evangelio de Juan cuenta
abiertamente la inquietud de los discípulos de Juan Bautista cuando
Jesús bautiza y hace más discípulos que Juan. En el evangelio de
Lucas, esta problemática se presenta de manera más escondida.
En el momento en el que escribe, la Iglesia, las comunidades de
discípulos de Jesús y las de Juan coexisten, a veces con tensiones
y antagonismos fáciles de imaginar. En el relato paralelo, que Lucas
hace de los nacimientos de Juan y de Jesús, este da un protagonismo
especial a la visita de María a Isabel, proponiendo un modelo
distinto al de la rivalidad.
Es María, la más joven, la que va a la casa de los ancianos Zacarías
e Isabel. Es Jesús, el que viene después, quien va primero
hacia Juan. En el momento del encuentro, Juan salta en el seno de
su madre. Desde hace mucho tiempo, los exégetas han reconocido
en esto una alusión a los brincos de los gemelos Esaú y Jacob en
el seno de su madre Rebeca. Los hermanos Esaú y Jacob saltaban
hiriéndose en una lucha implacable por la primera plaza desde el
seno materno. Juan saltaba de alegría como si quisiera correr hacia
su pequeño primo Jesús. Que Jesús, el benjamín, le sobrepase un
día, no le inquieta. Incluso, él dirá más tarde: “Es necesario que él
crezca y que yo mengüe”. La visitación, la acogida mutua, el encuentro
alegre, el apoyo mutuo: ¿existe algo mejor para prevenir o curar
las rivalidades destructoras?

¡Jesús nuestra paz, por tu Evangelio nos llamas a ser humildes y sencillos!