Capítulo 17. La propuesta de Jesús

Comentario de Mc 3,7-35

En el episodio anterior de nuestro podcast, asistimos al comienzo de los problemas de Jesús. Su anuncio del Reino de Dios no estaba gustando a todo el mundo. Escribas y fariseos se oponen a este irrumpir de Dios que conlleva perdón de los pecados, acogida de los excluidos y que toda ley establecida para honrar a Dios, deba igualmente servir a los humanos. La oposición crece hasta tal punto que herodianos y fariseos empiezan a conspirar para acabar con Jesús. En medio de aquellas controversias, Jesús había dicho: “A vino nuevo, odres nuevos”. El mensaje del Reino no solo exige una ‘metanoia’ –un cambio de mentalidad- a nivel individual, sino también unas estructuras nuevas –odres nuevos–.

En este episodio 17, que hemos titulado “La propuesta de Jesús” conoceremos la respuesta de Jesús a las controversias. Hoy recorreremos Mc 3,7-35, empezamos con este pasaje:

Jesús con sus discípulos se retiró hacia el mar, pero de Galilea lo siguió una gran multitud; y de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la otra orilla del Jordán, de la región entorno Tiro y Sidón, fue hacia él una gran multitud al oír sobre lo que hacía. Y dijo a sus discípulos que preparasen una barca, por causa de la gente, para que no lo aplastasen, pues había curado a muchos, de modo que todos los que tenían males se le echaban encima para tocarlo. Y los espíritus impuros cuando lo veían se echaban a sus pies y gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!” Pero les prohibía severamente que lo descubrieran (3,7-12).

Aquí Marcos nos ofrece un resumen de lo que estaba sucediendo: Jesús curaba a la gente, expulsaba demonios y enseñaba; y eso atraía multitudes hacia él. ¡Esto ya lo sabíamos! Pero Marcos nos lo recuerda, porque es un buen narrador y lo repite de nuevo para que no perdamos de vista que todo lo demás está sucediendo sobre este trasfondo: la misión de Jesús.

La aportación nueva de este pasaje es que nos informa de que todo este movimiento entorno a Jesús estaba aumentando de escala, una gran muchedumbre que no viene sólo de Galilea –como nos dijo en Mc 1,28–, sino que también viene de Jerusalén –la capital de Judea–; de Idumea –también llamada en el Antiguo Testamento Edom–, que era un territorio al sur del Mar Muerto, una zona desértica que hoy pertenece a Egipto, Israel y Jordania y que estaba habitado por gentes no judías, aunque históricamente vinculadas con Israel (se supone que este territorio estaba habitado por los descendientes de Esaú, el hermano de Jacob-Israel). También de la otra orilla del Jordán, es decir territorio pagano al Este del Jordán llamado también Decápolis, al igual que la región de Tiro y Sidón, entonces Fenicia, hoy Líbano, entonces y hoy, territorio no judío.

Seguimos leyendo:

Y subió al monte y convocó a los que él quiso y se le acercaron. Y creó a Los Doce, y los nombró apóstoles, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar demonios. Y creó a  Los Doce; y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan el hermano de Santiago les puso de nombre Boanergés (que significa “Hijos del Trueno”); y a Andrés, a Felipe, a Bartolomé, a Mateo, a Tomás, a Santiago el de Alfeo, a Tadeo, a Simón el Cananeo, y a Judas Iscariote, el que lo entregó (Mc 3,13-19).

Esta es la respuesta de Jesús a las controversias de la sección anterior: la refundación de Israel.
Una de las cosas que se supone que tenía que hacer el Mesías era reunir a las doce tribus de Israel. Jacob, que había recibido de Dios el nombre de Israel (Génesis 32,29), fue padre de doce hijos, los patriarcas de las doce tribus de Israel. Los asirios, en el año 721 antes de Cristo, arrasaron gran parte del territorio de Israel, haciendo desaparecer para siempre diez de sus doce tribus; sólo quedaron dos: Judá y Benjamín. Como Benjamín era una tribu pequeña y apenas contaba –era el hermano menor de los doce– ser israelita empezó a ser sinónimo de pertenecer de la tribu de Judá, es decir, de ser judío. Según las profecías, el Mesías tenía que devolver la plenitud a Israel, reuniendo a todos sus hijos dispersos, restableciendo las doce tribus.

Y Jesús dice “Vamos allá”, y nombra doce patriarcas. Este era el “estilo Jesús” que veremos más veces en el relato del evangelio. El Reino ya está aquí, uno de los signos del Reino es el restablecimiento de las doce tribus, pues lo va y lo hace, sin más: Tú, tú, tú y tú.

Como remplazo a los doce patriarcas, Cristo no escoge hombres de la aristocracia, ni grandes sabios, ni heroicos guerreros, sino gente corriente. De cuatro de ellos sabemos que eran pescadores y –según el evangelio de Mateo, Mateo es otro nombre de Leví, el cobrador de impuestos–. Del resto desconocemos sus profesiones, pero parece que eran personas sin gran relieve social. También entre ellos estaba Judas Iscariote, el traidor.

Seguimos leyendo:

Y llega a casa y vuelve a juntarse mucha gente, de modo que ni siquiera podían comer. Y cuando lo oyeron sus parientes fueron a hacerse cargo de él, pues decían “Está fuera de sí”. (Mc 3,20-21)

Aquí empieza un relato nuevo que parece desconectado con lo anterior, pero veremos que no; que también tiene que ver con esta “propuesta de Jesús”. Una forma narrar típica de Marcos es una estructura que algunos comentaristas llaman “sándwich”: Empieza con una historia –un trozo de pan–, luego cambia a otro relato distinto –el jamón del bocadillo–, y por último regresa a la primera historia que había dejado suspendida: pan-jamón-pan. Así dos historias, en principio distintas, quedan conectadas.

Así que no olvidemos este trozo de pan: los familiares de Jesús vienen a prender por la fuerza a Jesús porque piensan que está loco; pero escuchemos ahora el jamón de este sándwich.
Por su parte, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: “Tiene a Belzebú”; y “Gracias al jefe de los demonios expulsa a los demonios” (Mc 3,22)

Unos escribas acuden a Jesús, vienen de Jerusalén, la capital, donde está el único Templo de Israel, donde reside el sumo sacerdote y la élite que controla la nación judía; y le hacen una acusación brutal a Jesús: está poseído por el jefe de los demonios y si hace exorcismos es porque trabaja en complicidad con el mismísimo Belzebú.

A nosotros puede sorprendernos que alguien pudiera pensar algo tan horrible del buen Jesús. Pero para sus contemporáneos, él era alguien extraño. Un hombre que habla de un Dios tan sorprendente, y sin estar cualificado oficialmente.

Así que los escribas tenían sus motivos para acusarle, pero Jesús tampoco se muerde la lengua:

Después de llamarles, les decía en parábolas: “¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Y si un reino está dividido, no puede sostenerse aquel Reino. Y si una casa está dividida, no puede sostenerse aquella casa. Y si Satanás se levanta contra sí mismo y se divide, no puede sostenerse, sino que ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y arramblar con sus cosas, si primero no ata al fuerte, entonces arramblará su casa (Mc 3,23-27).

Jesús responde con una parábola, en el próximo capítulo veremos que ésta era su forma favorita de enseñar. Las parábolas exigen que el oyente o el lector se ponga a pensar. Es una forma de enseñar que apela a la inteligencia y la reflexión del discípulo. Así que pensemos: ¿Quién es quién en esta metáfora? ¿Quién es el hombre fuerte al que hay que atar? ¿Quién es el ladrón?

Jesús se pide el papel de ladrón en este relato. Él no tiene el poder, no es el dueño de la casa, no es el dueño de Israel, los dueños de la situación son otros, los jefes de estos escribas, todos residentes en Jerusalén. Ellos son “el dueño de la casa” y Jesús viene a robarles.

El control de la casa de Israel está en manos de los que le acusan de actuar con el poder de Satanás, de los sumos sacerdotes y sus acólitos. Ellos rigen al pueblo con sus normas y sus exigencias. Es como si cada campesino de Galilea tuviera dentro de sí a un escriba, que haciéndose pasar por Dios, le dicta qué tiene que hacer. Jesús viene a atar al tirano que llevamos dentro y a rescatarnos de su poder.

Seguimos leyendo:

En verdad os digo: A los hijos de los hombres se les podrán perdonar todos los pecados y las blasfemias, todo lo que blasfemen; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, sino que será reo de un pecado eterno. (3,28-30)

Cuando Jesús transmitió el perdón de Dios al paralítico llevado entre cuatro, los escribas pensaron en su interior: “Éste blasfema”. Jesús les dice a los escribas de Jerusalén que la blasfemia más grave es la de quien no reconoce al Espíritu Santo actuando a través de él: transmitiendo el perdón de Dios y su llamada a la reconciliación. Quien es incapaz de ver a Dios actuando en Jesús y dicen “Tiene un demonio” están blasfemando contra el Espíritu Santo.

Regresamos ahora a la sección “pan” del bocadillo. ¿Se acuerdan? Los familiares de Jesús habían venido para hacerse cargo por la fuerza de él, porque pensaban que estaba loco. Retomamos esa historia:

Y llega su madre y sus hermanos y quedándose fuera lo mandaron llamar. La gente estaba sentada alrededor de él; y le dicen “Mira, tu madre y tus hermanos te buscan fuera”. Y les responde así: “¿Quién es mi madre y mis hermanos?” Y dirigiendo en torno su mirada a los que estaban sentados en corro alrededor de él, dice: “Ahí tenéis a mi madre y a mis hermanos. Pues el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano y hermana, y mi madre. (Mc 3,31-35).

¿Qué tiene que ver esta historia con la casa del hombre fuerte o con el nombramiento de los Doce? Todo.

Ese nuevo Israel, simbolizado por los Doce, es la nueva comunidad fundada por Jesús y que no está basada en lazos de sangre, sino en “hacer la voluntad del Padre”. Ese Padre que da su perdón sin condiciones, el mismo que a través de Jesús cura a la gente y expulsa sus demonios, ese Dios que tan nerviosos pone a los fariseos y escribas. Los que hacen la voluntad de ese Dios son los rescatados de la casa del hombre fuerte y esa es la nueva casa de Israel, simbolizado por los Doce.

Esta es la propuesta de Jesús: una nueva familia no basada en lazos de sangre, sino en llevar adelante el proyecto del Reino de Dios.

El próximo episodio hablaremos de las “Parábolas de Jesús”.