Episodio 20: Primer viaje al extranjero

Comentamos Mc 4,35-5,20.

Decíamos el episodio pasado que habíamos cerrado una primera etapa del relato del evangelio, aproximadamente habíamos recorrido ya la primer mitad de la primera mitad. En esta primera cuarta parte de la narración ha quedado planteado el tema del Evangelio: Jesús anuncia el Reino de Dios, y el Reino de Dios empieza a suceder entorno a Jesús a través de las curaciones, del perdón de los pecados, de la inclusión de los marginados y de todos los cambios que empiezan a acontecer a su alrededor.

Decíamos también al final del episodio pasado que en la segunda mitad de de la primera parte –la sección que estamos hoy empezando a comentar– la dinámica de la misión de Jesús iba a “subir de nivel”. Y lo primero que vamos a escuchar es el relato del primer viaje de Jesús al extranjero. Para darnos cuenta de que efectivamente Jesús sale de su país, es importante que conocer un poco la geografía de Galilea.

La región de Galilea limita por el Este con el río Jordán y el Mar de Galilea, un lago con forma de pera – o de cítara, si les va más la imagen musical – de unos 12 kilómetros de ancho. Es un lago bonito, no muy grande – se ve perfectamente el otro lado –. Lo importante para el relato del Evangelio es saber que este lago – que recibe tres nombres: Mar de Galilea, Lago de Genesaret y Lago Tiberíades – es una frontera que separa Galilea de otras regiones no-judías. Así que cruzar el lago es atravesar una frontera, con todo lo que eso significa a nivel político y cultural: significa salir de la propia patria, de lo conocido y familiar. Leemos:

Aquel mismo día, al caer la tarde, Jesús les dijo: “Crucemos a la otra orilla”. Y dejando a la multitud lo llevaron a la barca, tal como estaba. Otras barcas lo acompañaban. Y vino una tormenta grande de viento y las olas embestían a la barca, de modo que la barca estaba a punto de hundirse. Y Él estaba a popa, durmiendo sobre una almohada y lo despertaron diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos? Él se levantó, increpó al viento y dijo al mar: “¡Cállate!, ¡silencio!” Y cesó el viento y vino una calma grande. Y les dijo “¡Qué cobardes sois! ¿Aún no tenéis fe? Y se llenaron de un gran temor y se decían unos a otros: “¿Quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?” (4,35-41).

Jesús decide cruzar la frontera con sus discípulos, y se desata una tormenta. Aquí la tormenta tiene un valor simbólico. Como cuando en una película, por ejemplo, hay una discusión entre el marido y la mujer en la casa y fuera se desata una tormenta. O se reconcilian y el director nos muestra un almendro en flor.

La misión del Reino de Dios lleva a cruzar fronteras, a ponernos en contacto con personas que no son como nosotros y eso supone afrontar nuestros miedos. Los discípulos están muertos de miedo por la tormenta y les espanta aún más que Jesús duerma – y sobre un cojín – “¿Es que te da igual que muramos?” – le gritan a Jesús hasta despertarlo. Jesús increpa al mar y lo aquieta. Es la primera vez que vemos hacer a Jesús un milagro que no sea una curación o exorcismo. Y los discípulos se preguntan: “¿Quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?”

Muy buena pregunta. Cuando los personajes del evangelio se hacen una pregunta y nadie responde, es que la pregunta es también para el lector. Marcos quiere que te preguntes “¿Quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?” De hecho, esta es la pregunta que está en el centro de todo el evangelio.

Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. En cuanto Jesús saltó de la barca, le salió al encuentro de entre los sepulcros un hombre con espíritu impuro, que vivía entre los sepulcros, y ni con cadenas nadie podía sujetarlo. Muchas veces había sido atado con grilletes y cadenas, pero él había roto las cadenas y había hecho trizas los grilletes. Nadie podía dominarlo. Continuamente, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Y viendo a Jesús desde lejos, corrió y se postró ante él. Y gritando con voz fuerte, le dice: “¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, hijo de Dios Altísimo; te conjuro en nombre de Dios que no me tortures”. Pues le decía: “Sal espíritu impuro de este hombre”. Y le preguntó: ¿Cuál es tu nombre? Y le dice: “Legión es mi nombre, porque somos muchos”. Y le rogó mucho que no le enviara fuera de la región (5,1-10).

¿Qué les había dicho? Que todo iría a más en esta sección del evangelio. Hemos visto bastantes demonios y exorcismos a estas alturas del relato de Marcos, pero nunca un endemoniado que diera tanto miedo como éste. Marcos no ahorra detalle para hacernos sentir lo terrífico que era este tipo (su casa entre las tumbas, cadenas, rompe los grilletes). Es curioso el nombre de este demonio ‘legión’. ‘Legión’ era el nombre de la unidad militar del ejército romano, formado por unos 5.000 hombres. ¿Por qué se llama el demonio ‘legión’? ¿Sólo porque eran muchos? – como dice el texto – ¿O es una velada referencia al hecho de que esa región estaba ocupada por las legiones romanas?  En este caso sería una forma de que la gente de la región había perdido su salud mental y espiritual debido a la ocupación romana. El endemoniado sería una persona que se hace daño a sí misma como consecuencia de internalizar la dinámica de miedo a las legiones y a los brutales castigos de los romanos habían “enloquecido” a la gente. Es ciertamente una posibilidad de lectura, porque hay otras maneras de decir “somos muchos”. Usar precisamente la palabra ‘legión’ es como si hoy, un ‘endemoniado’ en el norte de Nigeria dijera que la causa de su locura es ‘Boko Haram’ –porque somos muchos.

Sigamos leyendo:

Había allí cerca una gran piara de cerdos, que estaban hozando al pie del monte, y los demonios rogaron a Jesús: “Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos”. Jesús se lo permitió. Los espíritus impuros salieron, entraron en los cerdos y la piara se lanzó al mar desde el precipicio, eran como dos mil, y se ahogaron en el mar. Los porquerizos huyeron y lo contaron por la ciudad y el campo y la gente vino a ver qué había pasado. Y vinieron a Jesús y viendo al endemoniado sentado, vestido y en su sano juicio, el que había tenido la legión, y tuvieron miedo. Los testigos les contaron lo sucedido con el endemoniado y los cerdos. Entonces comenzaron a pedirle que se alejara de su región (5, 11-17).

Por si habíamos olvidado que estamos en el extranjero, fuera de Israel, el evangelio nos presenta un elemento del paisaje imposible de ver en Galilea: ¡una piara de cerdos! Un animal asqueroso para la sensibilidad judía, no es de extrañar que los espíritus impuros lo encuentren apetecible, porque son animales impuros. El resultado del exorcismo de Jesús es: un hombre sano y dos mil cerdos muertos.

Pero la gente de la región hubiera preferido tener: un hombre loco y dos mil cerdos vivos; y le piden a Jesús que se marche. Los fariseos y escribas habían rechazado a Jesús por motivos religiosos, los motivos de los paganos son económicos.

Al subir a la barca, el endemoniado le rogaba quedarse con él. Y no le permitió, sino que le dijo: “Vete a tu casa y con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo tuvo misericordia de ti” Y se fue y empezó a predicar en la Decápolis cuando le hizo Jesús, y todos se asombraban (5,18-20).

Podría pensarse que este primer viaje de Jesús al extranjero acabó en fracaso. Los lugareños le piden que se marche. Pero la misión continúa gracias a este endemoniado que anuncia lo que había hecho Jesús con él. Es un hombre herido que curado de su mal se convierte en misionero entre los suyos.