Episodio 23: El banquete mesiánico

Comentamos Marcos 6, 30-56

En el episodio anterior, los discípulos se habían ido de misión, ellos solos, de dos en dos, enviados por Jesús. Al final, regresaban contando lo que habían vivido. Vamos a leer de nuevo ese versículo y continuamos desde ahí:

Y se reunieron los apóstoles junto a Jesús y le contaban todo cuanto habían hecho y enseñado y les dice: “Venid vosotros solos a un lugar desierto para descansar un poco” Pues los que iban y venían eran muchos, y no tenían tiempo ni para comer. (6,30-31)

Los discípulos regresan de su misión y Jesús les premia con unas vacaciones, porque estaban agotados. Veamos qué pasa a continuación:

Y salieron en la barca a un lugar desierto solos. Pero los vieron partir y muchos lo reconocieron y corrieron allá, a pie, de todos los pueblos, y les adelantaron. Y desembarcando vio una gran multitud y se compadeció de ellos pues eran como ovejas sin pastor, y empezó a enseñarles largamente. Y se estaba haciendo tarde, y se le acercaron sus discípulos y le dijeron: “El lugar está desierto y es ya tarde. Despídelos para que vayan a los caseríos y pueblos de alrededor y  se compren algo de comer”, pero él les respondió “Dadles vosotros de comer” y le dijeron “¿Vamos y compramos doscientos denarios de pan y les damos de comer?” Pero les dijo: “¿Cuántos panes tenéis? Id y mirad” y lo averiguaron y le dijeron: “Cinco, y dos peces” Y les mandó reclinarse a todos en grupos sobre la hierba verde.  Y se sentaron en corros de cien y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, miró hacia arriba al cielo, bendijo y partió los panes y los dio a sus discípulos para que los distribuyeran. Y también repartió los dos peces entre todos. Comieron todos y se saciaron. Y recogieron doce cestos llenos de trozos de pan y sobras de pescado. Y fueron los que comieron los panes cinco mil hombres (6,32-44).

Cosas importantes a veces pasan inesperadamente. Jesús y sus discípulos se van de vacaciones, pero las vacaciones resultan no ser tales vacaciones porque la gente les sigue, y Jesús continúa con su predicación. En un momento dado, los discípulos se dan cuenta de que la gente que le escucha no tienen pan y se está haciendo tarde. Hay un breve diálogo entre Jesús y sus discípulos y entonces, sucede el milagro, y no cualquier milagro.

Uno de los signos que el Mesías tenía que realizar era el famoso banquete mesiánico que había profetizado Isaías: “Y el Señor de los ejércitos preparará en este monte para todos los pueblos un banquete de manjares suculentos, un banquete de vino añejo, pedazos escogidos con tuétano, y vino añejo refinado” (25,6).

Jesús se pone a hacer realidad esta antigua profecía, pero con una receta más sencilla: Los “manjares suculentos” que se van a servir serán panes y peces, una comida muy corriente, y en lugar de un elegante palacio, un prado, con la hierba verde como mantel. Es un signo mesiánico de la “marca Jesús”, -¿se acuerdan cuando restauró las doce tribus de Israel nombrando doce hombres de su entorno apóstoles?- aquí lo ha vuelto a hacer, hacer un gesto mesiánico con elementos sencillos, populares.

El evangelista ha escogido muy cuidadosamente los verbos con los que Jesús prepara el pan para repartirlo entre la multitud: “Y tomando los cinco panes y los dos peces, miró hacia arriba al cielo, bendijo y partió los panes y los dio a sus discípulos para que los distribuyeran”. ‘Tomar’, ‘bendecir’, ‘partir’ y ‘dar’. Son exactamente los mismos verbos que veremos en la última cena, los mismos verbos de la institución de la eucaristía que el sacerdote usa cada vez que consagra el pan en la misa.

Al escoger estos verbos, Marcos nos quiere decir que la eucaristía que su comunidad celebra –y también nuestras comunidades hoy– es un sacramento no sólo de la última cena, sino también de este “banquete mesiánico” que Jesús realizó sobre las verdes colinas de Galilea. Celebrar la misa es recordar el pasado, a Jesús, pero también adelantarnos al futuro, en el que Dios reunirá a todos los pueblos en una gran fiesta que no tendrá fin. Seguimos leyendo:

Y enseguida mandó a sus discípulos a subir a la barca e ir delante de él a Betsaida, en la otra orilla, mientras él despedía a la multitud y cuando se fueron subió a la montaña a orar. (6, 45-46)

Se acabó “el banquete mesiánico”, Jesús manda a los discípulos en barca a la otra orilla y se queda despidiendo a la gente y rezando, luego pasa algo extraño. Seguimos leyendo:

Y al anochecer estaba la barca en medio del mar, y él sólo en tierra, y viendo que estaban pasándolo mal remando, pues el viento les era contrario, a las cuatro de la mañana vino a ellos caminando sobre el mar. Y quiso pasar junto a ellos. Pero ellos al verle caminar sobre el mar les pareció que era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos lo habían visto y se habían asustado. Pero enseguida les habló y les dijo: “Tened valor, soy yo, no temáis” Y subió entonces con ellos a la barca, y el viento cesó y se quedaron más asombrados todavía, ya que no habían entendido lo de los panes, porque su corazón estaba endurecido. Y terminada la travesía tocaron tierra en Genesaret y atracaron. (6, 47-52)

¿No les suena a déja vu? Jesús calmando la tormenta, eso ya ha pasado antes, concretamente al final  del capítulo cuarto. Los discípulos a estas alturas debían tener más fe, no seguir comportándose con tanto miedo, pero no. Marcos nos dice además que “no habían entendido lo de los panes”. ¿Qué tenían que entender? Pues que el significado del milagro no era simplemente saciar el hambre de esa gente sino que aquello era la realización del banquete mesiánico y que por lo tanto Jesús era el Mesías. Eso es lo que tenían que entender.

Y empezamos a sospechar que hay algo que no funciona con estos discípulos, que hay algo fundamentalmente erróneo con ellos. Y además tocan tierra en Genesaret, o sea en la misma orilla. Jesús les había mandado ir a la otra orilla, Betsaida está fuera de Galilea, en la orilla oriental del lago, pues bien, están de nuevo en la orilla occidental, en Galilea. No han podido cruzar el mar.

Al salir de la barca, lo reconocieron enseguida, se pusieron a recorrer toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas a donde oían decir que se encontraba Jesús. Cuando entraba en un pueblo o una ciudad o un caserío, colocaban en la plaza a los enfermos y le pedían que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y todos los que lo tocaban quedaban curados. (6, 53-56)

La vida sigue, Jesús sigue haciendo sus curaciones, la gente se arremolina entorno a él. Parece que el éxito de su misión continúa, pero el lector se ha quedado ya con la mosca detrás de la oreja. Hay un problema con los discípulos.

No vamos a avanzar más hoy, porque entraríamos en el capítulo séptimo que introduce otro tema, y no daría tiempo a terminarlo. Pero como aún hay tiempo hoy vamos a aprovechar para intentar responder a una pregunta que mandó por e-mail un oyente. Lo que decía la pregunta es que los milagros son muy importantes en el evangelio y que no habíamos tratado suficientemente en el podcast el tema de los milagros.

El tema que plantea este oyente es complicado. Y es complicado por la distancia cultural que hay entre el mundo del Nuevo Testamento y el nuestro, entre la manera de entender el mundo de la cultura científico-técnica en la que vivimos y el mundo del que proviene la Biblia.

En el mundo posterior a la revolución industrial y científica que empezó en Europa en el siglo XVIII y que hoy con la globalización abarca gran parte del planeta, creemos que los fenómenos que acontecen en el mundo pueden explicarse mediante causas y efectos naturales. Newton que fundó la física moderna con sus cuatro leyes, creía aún que de vez en cuando Dios empujaba con su dedo los planetas, porque sus ecuaciones no explicaban ciertos desfases en los movimientos planetarios y creía que Dios tenía que intervenir para ajustar las órbitas literalmente a mano. Cuando un siglo más tarde Laplace perfeccionó la descripción matemática del movimiento planetario y demostró que con las nuevas ecuaciones no había ningún desfase entre la predicción del modelo teórico y la realidad, pudo decir triunfalmente que la hipótesis de Dios ya no era necesaria.

La hipótesis no es necesaria, pero un creyente lo que ve es que Dios ha hecho un mundo tan bien hecho, que no necesita estar empujando con su dedito los planetas. ¡Faltaría más!
En la Europa anterior a la Ilustración y en las pocas culturas de la actualidad que viven aún ajenas a la globalización, los dioses y espíritus están presentes en la realidad como un elemento más del paisaje, y los hombres y mujeres que tienen contacto con ellos, santos, shamanes, brujas, hechiceros, tienen la capacidad de realizar prodigios contando con su ayuda. Jesús fue percibido como un hombre así, pero no era ni ha sido mucho menos el único.

De San Alfonso de Ligorio, fundador de los redentoristas, se cuenta que un día le sirvieron pollo un viernes de cuaresma y lo convirtió en pescado. Hoy escuchamos cosas como estas y nos sonreímos, pero la gente se las creía no hace tanto tiempo.

¿A dónde quiero llegar con esto? Que la gente de la época de la Biblia veía milagros donde nosotros probablemente veríamos otra cosa.

¿Quiere esto decir que todos los relatos de milagros de Jesús son productos de una manera de ver el mundo que descubría injerencias de lo sobrenatural por todas partes? Ciertamente algo de esto hay, pero creo que tampoco se puede excluir que Jesús hiciera cosas extraordinarias, al fin y al cabo, él mismo es la injerencia de lo sobrenatural en el mundo natural.

Yo sí creo, por ejemplo, que Jesús realizaba curaciones. La salud es algo tan complejo, que el milagro es que “funcionemos” cada día. Que nos levantemos por la mañana, que podamos comer y digerir la comida, que podamos hacer nuestro trabajo, que podamos pensar, relacionarnos con otros seres igualmente complejos que son los demás seres humanos, etc. Y cuando la enfermedad interrumpe este milagro que es la “vida normal” restablecer la salud es cualquier cosa menos una ciencia exacta.

Recuerdo que una persona a la que conozco bien fue diagnosticada de cáncer de páncreas, uno de los más mortales. Su mujer, sus hijos y la comunidad cristiana rezaron pública e insistentemente por su curación. Cuando los médicos trataron de operar el tumor, se encontraron con que éste había desaparecido. Diagnóstico: “remisión espontánea del tumor”. Es algo que pasa de forma excepcional, pero sucede. ¿Fue un milagro? Yo creo que sí, pero para creer que fue un milagro hace falta fe, que te hace descubrir en ese fenómeno, que podría tener otras explicaciones, una intervención de Dios. La fe no depende de los milagros, es más la fe lo que te hace intuir la mano de Dios donde otros quizás sólo vean una casualidad. Claro y esa misma fe también –y esto me parece más importante– te hace ver la mano de Dios en lo normal y corriente, no sólo en lo excepcional.

Incluso en tiempos de Jesús, no era una evidencia que quien hacía un prodigio estaba actuando en nombre de Dios. Como vimos en el episodio sobre el capítulo tercero de Marcos, los escribas atribuían los milagros de Jesús al poder de los demonios. El hecho fuera de lo común estaba ahí, decir que es un milagro requiere fe.

Yo sí creo que Jesús hacía milagros. Que Dios actuaba en él y que a veces sucedían cosas extraordinarias entorno a él. Pero los evangelistas insisten que los milagros no son puros prodigios que deban acaparar nuestra atención, son signos que apuntan hacia otro lugar. Dice el refrán “Cuando el dedo apunta a la luna, el idiota se queda mirando el dedo”. El milagro es el dedo. Marcos nos dice que “los discípulos no habían entendido lo de los panes”, se habían quedando mirando al dedo, habían visto en el milagro un prodigio, pero no el signo del banquete del Reino. Y el significado es lo importante, y en este caso es, que junto Jesús es posible una sobreabundancia, como sucede cada vez que nos ponemos a compartir.