Episodio 24: Dios no excluye a nadie

Comentamos 7,1-30

Empezamos leyendo:

Y se reúnen junto a él los fariseos y algunos escribas que habían venido de Jerusalén y viendo que algunos de sus discípulos comían, con manos impuras – es decir, sin lavar –, pues los fariseos y todos los judíos no comen sin lavarse las manos con el puño, aferrándose a la tradición de los ancianos; y viniendo de la plaza, si no se bañan, no comen; se aferran a muchas otras tradiciones, como lavado de copas y jarras y bandejas y camas.

Y le preguntan los fariseos y escribas: “¿Por qué no se comportan tus discípulos según la tradición de los ancianos, sino que comen con manos impuras?” Y les dijo: “Bien profetizó Isaías de vosotros hipócritas, pues está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí. En vano me dan culto, enseñando enseñanzas que son normas de los hombres’. Dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres” (7, 1-8)

Y así empieza una de las secciones dedicadas a las enseñanzas de Jesús más amplias de Marcos. El tema es: las tradiciones religiosas, especialmente las normas concernientes a la pureza.

Para nosotros, lavarnos las manos antes de comer es una cuestión de higiene. Cuando nos lavamos las manos no pensamos que estemos haciendo algo ‘religioso’. En la cultura en la que vivía Jesús, el lavado de manos y de otros objetos tiene un significado espiritual. De hecho, la palabra que hemos traducido por ‘lavado’ en la frase “lavado de copas y jarras y bandejas y camas” es en griego ‘baptismos’, literalmente “bautismo de copas, jarras, bandejas y camas”. No se trata de fregar los platos sino de purificarlos, de volverlos ritualmente puros. Lo mismo las manos. Marcos usa una palabra extraña para describir cómo lo hacen “pygmé”, que hemos traducido como “con el puño”. Parece que se refiere a una manera ritual especial de lavarse las manos. Marcos describe una serie de rituales de purificación judías y lo hace con un cierto retintín. El evangelista se recrea en los detalles como para ridiculizar esta obsesión por la pureza, que atribuye además no sólo a los fariseos, sino a todos los judíos, algo que por otras fuentes históricas sabemos no era cierto.

Los judíos de aquella época no son el único pueblo obsesionado por la pureza en la historia. De hecho consideraciones de pureza/impureza se dan en todas las culturas. Decir que algo es ‘puro/impuro’ es parecido a decir que es ‘limpio/sucio’, pero la pureza tiene un significado moral y espiritual que va más allá del aspecto físico.

Mary Douglas, una antropóloga británica, elaboró en los años 1960 una interesante teoría acerca de la pureza, después de estudiar distintas culturas. Según ella, la impureza es “materia puesta fuera de su sitio”. Las cosas no son sucias o impuras por sí mismas, lo son en referencia a un sistema de ordenamiento: el barro no es sucio cuando está en el campo, lo es fuera de su sitio, por ejemplo sobre el suelo del cuarto de estar. La salsa de tomate es perfectamente pura sobre los espagueti, es sucia cuando está sobre mi camisa.

La impureza supone la existencia de un orden. No es nunca un acontecimiento aislado. “Allí donde hay suciedad hay sistema. La suciedad es el producto secundario de una sistemática ordenación, en la medida en que el orden implica rechazo de elementos inapropiados” (Mary Douglas).

La sociedad en la que vivió Jesús estaba obsesionada con la pureza: Existían alimentos prohibidos, como la carne de cerdo o los moluscos; alimentos por sí mismos lícitos podían volverse impuros al mezclarse entre sí (como la carne y los productos lácteos); las personas que tocaban a un cadáver o a una mujer durante la menstruación debían purificarse si querían retornar a la normalidad.

Todas estas normas contribuían a consolidar un sistema en el que ‘todo estaba en su lugar’. Es cierto que algo de orden es imprescindible para vivir, pero existe una lado oscuro en todo sistema de pureza: las fronteras mentales que crea consolidan también las separaciones entre las personas, dividiendo la sociedad entre sanos y enfermos, buenos y malos, compatriotas y extranjeros. Crea fronteras imaginarias que dividen.

Jesús arremetió con sus palabras y sobre todo con sus actos contra el sistema de pureza, pues formaba parte de su proyecto franquear las fronteras que la obsesión por la contaminación había levantado entre sus contemporáneos para ir al encuentro de los excluidos: Así le vemos, dejándose tocar por los leprosos y por la hemorroísa; y sentándose a la mesa con los pecadores.

Así que este discurso sobre la pureza es algo que afecta a algo muy central en la misión de Jesús. La cuestión aquí es si los mandamientos que los fariseos atribuyen a Dios y que justifican sus normas de pureza son realmente voluntad de Dios o no. Y aquí, Jesús pasa al ataque. Leo:

Y les decía: “Bien rechazáis el mandamiento de Dios, para guardar vuestra tradición, pues dijo Moisés: ‘Honra a tu padre y a tu madre’ y ‘el que maldiga a padre o madre sea castigado con la muerte’, pero vosotros decís: ‘Si uno dice a su padre o a su madre: ‘lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro Korbán’ –que quiere decir ofrenda– ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre, anulando así la palabra de Dios por la tradición que os transmitís. Y hacéis muchas cosas semejantes. (7, 9-13).

Jesús dice a los fariseos que sus tradiciones falsifican la voluntad de Dios expresada en la Torá mediante un laberinto de legalismo – Torá o Ley es el nombre que dan los judíos a los cinco primeros libros de la Biblia atribuidos a Moisés –. Como en este caso. Jesús está describiendo una práctica legal que exoneraba a un hijo de ayudar con sus bienes a sus padres ancianos y necesitados mediante un truco legal. Al declarar “Korbán” – ofrenda al templo – los bienes con los que se podría ayudar a los padres, estos bienes se convierten teóricamente en propiedad de Dios –aunque el hijo los siga manejando– y éste puede esquivar el deber de usarlos para ayudar a sus padres.

Seguimos leyendo:

Y cuando entró en casa de estar entre la multitud, le preguntaron sus discípulos sobre la parábola. Y les dice: “¿Así que vosotros tampoco comprendéis? ¿No entendéis que nada que entre en el hombre desde fuera puede hacerle impuro? Pues no entra en su corazón sino en su vientre, y sale en el retrete (así declaraba puros todos los alimentos). (7, 14-19)

La casa es el lugar de la enseñanza privada, el lugar en que Jesús explica las cosas en privado y en profundidad a sus discípulos. Aquí Jesús se pone en plan súper-pedagógico, casi como si tratara con niños pequeños: “A ver discípulos, ¿a dónde va la comida que comemos? – Al estómago. ¿Y del vientre a dónde va? – Al wáter. Pues ese proceso no tiene nada que ver con tu corazón y no te puede hacer impuro”.

Seguimos escuchando a Jesús:

Decía: “Lo que sale del hombre eso sí hace al hombre impuro” Pues de dentro del corazón de los hombres salen los malos pensamientos: inmoralidades sexuales, robos, asesinatos, adulterios, avaricia, malicia, engaño, libertinaje, envidia, insultos, insolencia, estupidez. Todas estas cosas malas de dentro salen y hacen al hombre impuro (7, 20-23)

Las leyes de pureza, que sostienen un orden que coloca a cada cosa y a cada persona en su sitio, son invenciones humanas. Los humanos necesitamos de un cierto orden para vivir, pero estas nociones de pureza/impureza no han sido instituidas por Dios. El Dios del Reino, además, viene a desafiar estas leyes humanas cuando sirven de pretexto para excluir a ciertas personas.

A Dios no le interesa la pureza. Solo le interesa que trates bien a los demás. La religión que Dios quiere manda que cuides a tu padre y no utilices argumentos teológicos para eludir este deber. Dios pide que no te aproveches de los demás que evites la inmoralidad en las relaciones sexuales, en las relaciones con el dinero y con el poder. Lo demás le es irrelevante.

Nosotros hoy podríamos pensar que todo esto de la pureza/ impureza es algo del pasado, que a nosotros no nos afecta, que en nuestro siglo XXI hemos superado esas creencias primitivas y sus consecuencias Pero nuestra cultura, como cualquier otra, tiene normas que crean distinguen al puro del impuro, aunque en vez de impuros hablemos de indocumentados, o de subsaharianos, o de gitanos, ….

Les propongo un ejemplo bien cotidiano. Tus hijos - o sobrinos o alumnos o lo que sea - te piden que les compres zapatillas de marca Nike y no quieren calzar las que les has comprado de la marca blanca del supermercado por una quinta parte del precio. Ahí está en juego una versión de la idea de “puro/impuro” que funciona en nuestro mundo y que el niño percibe instintivamente. Quiere estar entre los “puros” de su clase. Teme ser excluido. Y no es fácil ayudarle a desafiar las normas del sistema de pureza, sobre todo si nosotros no lo hacemos primero.

Seguimos leyendo:

Y partió de allí y se fue a la región de Tiro. Y entrando en una casa quería que nadie lo supiera, pero no pasó desapercibido, sino que enseguida, al oír que estaba allí, una mujer, cuya hijita tenía un espíritu impuro, vino y se postró a sus pies. Esta mujer era griega, de nacionalidad sirofenicia, y le pedía que expulsara el demonio de su hija. Y le dijo a ella: “Deja primero que se harten los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos para arrojarlo a los perritos”. Ella le respondió y le dijo: “Señor, también los perritos debajo de la mesa comen de las migajas de los niños” Y le dijo a ella: “Por estas palabras vete, salió de tu hija el demonio”. Y al volver a su casa encontró que la niña estaba echada en la cama y el demonio había salido” (7, 24-30).

Después de este denso intercambio con los fariseos, Jesús se marcha del país, pero esta vez no se dirige al este, como en su primer viaje al extranjero, que había ido a la región de los gerasenos, sino que se dirige hacia el noroeste, a la costa del Mediterráneo, a Fenicia –hoy Líbano–.
Y sucede uno de los encuentros más sorprendentes de todo el evangelio. Una mujer griega –es decir, pagana, no judía– se entera de que Jesús está en la zona y va a pedirle un milagro. La respuesta de Jesús no puede ser más antipática: “No está bien tomar el pan de los hijos para arrojarlo a los perritos”. Llama a ella y a su hija “perritas”. La mujer en vez de marcharse ofendida, le da la vuelta a la imagen: “Señor, también los perritos bajo la mesa comen de las migajas de los niños”. Y consigue que Jesús cambie de idea.

La mujer hace que Jesús saque las consecuencias del mensaje que acababa de predicar en su tierra judía. Y Jesús la escucha, y hace el milagro.

Nos quedamos con este asombro que nos produce esta mujer capaz de hacer que Jesús cambiara de idea y asombro también por Jesús que fue capaz de escuchar la palabra de una mujer extranjera.

El próximo jueves es Jueves Santo. No habrá episodio nuevo de “Teología para hoy”. Nos encontraremos el jueves después del Domingo de Resurrección. ¡Que pasen buena Pascua!