Episodio 31: La toma de Jerusalén

Por fin entramos en Jerusalén, el destino de este largo viaje para el que Jesús ha ido preparando a sus discípulos. Que el Mesías entre en la capital del país tiene una fuerte carga simbólica: Se considera que una guerra ha terminado cuando el general vencedor toma la capital; los reyes y presidentes son investidos de sus cargos en la capital. El Cristo, el ungido por Dios para dirigir a su pueblo, entra en la capital, y no cualquier capital sino Jerusalén.

Jerusalén era desde tiempos de David la capital del pueblo judío y en ella se encontraba el único Templo en el que se podía dar culto al único Dios verdadero. Había sinagogas, lugares de oración, repartidos por todos los pueblos y ciudades en los que habitaban los judíos, pero Templo, espacio de presencia de la divinidad, monumento ante el que ofrecer sacrificios legítimos – la manera más solemne de dar culto a Dios, de darle gracias, de rogar su protección y su perdón – sólo había uno: el Templo de Jerusalén, l lugar más santo de la tierra, el edificio que hacía de Jerusalén una ciudad santa.

Y esto significaba que quien ejerciese el control de este Templo tenía muchísimo poder, no solo “religioso” sino también en todas las otras dimensiones del poder. La cúpula de la clase sacerdotal –lo que Marcos llama “sumos sacerdotes”– controlaba no solo el culto, sino también los enormes flujos económicos y de poder social y político que conllevaba.

Y Jesús está a punto de entrar como el Mesías de Dios en esta ciudad. El rey va a tomar posesión de la capital y su Templo. Veamos cómo lo preparó Jesús:

Cuando se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos, … (Marcos 11, 1)

Interrumpo aquí para comentarles que Jesús venía de Jericó, es decir, del Este, y antes de llegar a Jerusalén atraviesa unos pueblecitos que son como satélites de la gran ciudad: Betfagé y Betania, en la ladera oriental del Monte de los Olivos, que es un pequeño monte que hay que pasar antes de llegar a Jerusalén.

Yo tuve la suerte de vivir durante unos meses en Betania, y cuanto tenía tiempo iba a clase –en Jerusalén– a pie. Una hora y pico de agradable paseo; se rodea la parte más alta del Monte de los Olivos, se baja por pequeño valle del torrente Cedrón y se vuelve a subir hacia la ciudad. Desde la ladera occidental del Monte de los Olivos se ve la muralla de Jerusalén, que es del siglo XVI pero está sobre los cimientos de la muralla de época romana que vio Jesús. En lugar del Templo de Jerusalén tenemos hoy la Mezquita de la Roca, con su cúpula dorada. Jesús prepara su entrada mesiánica. Leamos cómo:

[Jesús les dijo a sus discípulos]: «Id al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontraréis un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo; y si alguien os pregunta: «¿Qué estáis haciendo?», responded: «El Señor lo necesita y lo va a devolver en seguida». Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué hacéis? ¿Por qué desatáis ese asno?». Ellos respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó. Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó. (11,2-7)

¿Cómo preparó Jesús su entrada mesiánica a la capital? ¡Tomando prestado un burro! Marcos no ahorra detalle para que nos detengamos en este dato: ¡un burro prestado! El Mesías va a entrar en la capital eterna del pueblo de Israel en un burro que ha encontrado en la calle, eso es como si el rey de España hubiera llegado a su investidura montando una bici prestada.

Y es que el profeta Zacarías había tenido una visión algunos siglos antes de Cristo:

“Salta de alegría, Sión, lanza gritos de júbilo, Jerusalén, porque se acerca tu rey justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en un joven borriquillo. Destruirá los carros de guerra de Efraín y los caballos de Jerusalén. Quebrará el arco de guerra y proclamará la paz a las naciones” (Zac 9,9-10).

Jesús hace suyo lo mejor de los sueños de los antiguos profetas y, en este caso, asume el papel de este Mesías humilde que había soñado el profeta. Un Cristo que viene a acabar con la violencia, un rey entra en la capital sin hacer alarde de su poder, a bordo del vehículo más humilde que se podía imaginar; y la gente hace fiesta, también con medios muy sencillos, al estilo del pueblo:

Muchos extendían sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban en el campo. Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban: «¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas!». (Marcos 11,8-10)

Es una fiesta que lleva la marca de Jesús, medios simples, imaginación, alegría… algo extraordinario –el Reino- irrumpe en lo cotidiano. El Reino ya viene, Rey ha llegado a la capital de Israel. Seguimos leyendo:

Jesús llegó a Jerusalén y fue al Templo; después de observarlo todo, como ya era tarde, salió con los Doce hacia Betania (11,11).

Jesús está tramando algo. Llega a Jerusalén, estudia el Templo, toma nota y se retira fuera de la ciudad. La noche la pasa en Betania. Así termina la primera jornada de Jesús en Jerusalén, que cayó en domingo, el Domingo de Ramos de la liturgia católica.

Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre. Al divisar de lejos una higuera cubierta de hojas, se acercó para ver si encontraba algún fruto, pero no había más que hojas; porque no era la época de los higos. Dirigiéndose a la higuera, le dijo: «Que nadie más coma de tus frutos». Y sus discípulos lo oyeron. (11,12-14).

Marcos recuerda que aquella mañana de lunes, al salir hacia Jerusalén, pasó algo extraño: Jesús maldijo una higuera. No tiene mucho sentido que Cristo se enfade con un árbol. Obviamente, este episodio tiene un valor simbólico, que descubriremos enseguida. Por ahora, sigamos leyendo:

Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y prohibió que transportaran cargas por el Templo. Y les enseñaba: «¿Acaso no está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones» (Marcos 11,15-17).

Esto es lo que Jesús estaba tramando; esto es lo que le ha traído a Jerusalén: realizar una acción de protesta en el lugar más sagrado del judaísmo. Denunciar que los sumos sacerdotes habían convertido el Templo “en una cueva de ladrones”; en un negocio que les beneficiaba a ellos, no en un lugar de encuentro con Dios y oración para todos los pueblos de la tierra. Obviamente, Jesús no podía ser tan ingenuo como para ignorar las consecuencias de hacer algo así:

Cuando se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas, buscaban la forma de matarlo, porque le tenían miedo, ya que todo el pueblo estaba maravillado de su enseñanza. Al caer la tarde, Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad (Marcos 11,18-19).

Hay que matar a Jesús. Hay gente que vibra con lo que Jesús está haciendo y eso es muy peligroso para los sumos sacerdotes. Hay que eliminarle.

Jesús decide no pasar la noche en la ciudad. Termina así la narración de aquel Lunes. Continuamos leyendo:

A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron que la higuera se había secado de raíz. Pedro, acordándose, dijo a Jesús: «Maestro, la higuera que has maldecido se ha secado». Jesús respondió: «Tened fe en Dios. Porque yo os aseguro que si alguien dice a esta montaña: «Retírate de ahí y arrójate al mar», sin vacilar en su interior, sino creyendo que sucederá lo que dice, lo conseguirá. Por eso os digo: Cuando pidáis algo en la oración, creed que ya lo tenéis y lo conseguiréis. Y cuando os pongáis de pie para orar, si tenéis algo en contra de alguien, perdonadle, y el Padre que está en el cielo os perdonará también vuestras faltas» (Marcos 11,20-25).

Así termina el versículo 25. En la mayor parte de las biblias hoy falta el versículo 26, que dice: “Pero si no perdonáis, tampoco el Padre que está en el cielo os perdonará”. ¿Y por qué han quitado este versículo? Porque este versículo no existe en los manuscritos más fiables. Fue un añadido posterior de algún copista.

La higuera se ha secado. A estas alturas los oyentes de este podcast son capaces de reconocer un sándwich a distancia. El lunes por la mañana Jesús maldijo la higuera, luego expulsa los vendedores del Templo, el martes la higuera se había secado. La higuera hace de pan y el Templo de jamón de este bocadillo.

El simbolismo de la higuera debe interpretarse a la luz de lo que ha pasado en el Templo. En algunas biblias encontrarán que el episodio del Templo se titula “Purificación del Templo”, pero lo que Jesús hace con el Templo no es “purificar” sino más bien declararlo obsoleto. El sistema de culto a Dios en el templo es como la higuera que no ha dado fruto, más vale dejarlo morir.

¿Cómo podremos dar culto a Dios entonces? ¿Dónde encontrar esa presencia de sin el Templo? Esa es una pregunta que debemos llevar con nosotros mientras seguimos leyendo a Marcos, acompañando a Jesús en sus últimos días en Jerusalén. Pero aquí nos da un adelanto. El culto a Dios consistirá a partir de ahora en orar con fe, pero no se puede orar con este fe si uno no se deja ganar por ese dinamismo de reconciliación que Jesús vino desencadenar sobre la tierra. Seguimos leyendo:

Y llegaron de nuevo a Jerusalén. Mientras Jesús caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a él y le dijeron: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién te dio autoridad para hacerlo?». Jesús les respondió: «Yo también quiero haceros una pregunta. Si me respondéis, os diré con qué autoridad hago estas cosas. Decidme: el bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?». Ellos se hacían este razonamiento: «Si contestamos: ‘Del cielo’, él nos dirá: ‘¿Por qué no creísteis en él’? ¿Diremos entonces: ‘De los hombres’?». Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, respondieron a Jesús: «No sabemos». Y él les respondió: «Yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas». (11,27-33)

Durante este largo martes que hemos iniciado, Jesús se va a encontrar con diversos grupos en la explanada que rodea el Templo de Jerusalén, el primero de estos grupos es el que representa a los responsables del templo, citados aquí como “sumos sacerdotes, escribas y los ancianos”. Le interrogan acerca de su autoridad, pero Jesús no da una respuesta a aquellos que preguntan, no para buscar la verdad, sino como una pura estrategia de poder.

Jesús se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la cercó, cavó un lugar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. A su debido tiempo, envió a un servidor para percibir de los viñadores la parte de los frutos que le correspondía. Pero ellos lo tomaron, lo golpearon y lo echaron con las manos vacías. De nuevo les envió a otro servidor, y a este también lo maltrataron y lo llenaron de ultrajes. Envió a un tercero, y a este lo mataron. Y también golpearon o mataron a muchos otros. Todavía le quedaba alguien, su hijo, a quien quería mucho, y lo mandó en último término, pensando: "Respetarán a mi hijo". Pero los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo y la herencia será nuestra". Y apoderándose de él, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los viñadores y entregará la viña a otros. ¿No habéis leído este pasaje de la Escritura: "La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos"?». Entonces buscaban la manera de detener a Jesús, porque comprendían que esta parábola la había dicho por ellos, pero tenían miedo de la multitud. Y dejándolo, se fueron. (12,1-12)

Jesús retoma su manera favorita de expresarse, las parábolas. Está muy claro lo que quiere decir. Dios había enviado profetas (servidores) en el pasado a su pueblo, por último el Padre ha enviado al Hijo –a Jesús– para pedir a los sumos sacerdotes el fruto de la viña, y éstos ya han decidido matarlo.
Por ahora, los sumos sacerdotes, intimidados por la multitud, se marchan; pero regresarán pronto.

Terminamos así el episodio de hoy, la próxima semana seguiremos comentando los encuentros de Jesús durante ese largo martes en la explanada que rodea el Templo de Jerusalén. ¡No los lo perdáis!