Episodio 33:
En todas partes hay gente buena

Comentario de Marcos 12,28-13,4

Seguimos en este largo Martes Santo. Recordamos que Jesús se encuentra en la explanada del Templo, donde distintos grupos de personas se le van acercando para plantearle preguntas. Hasta ahora han desfilado delante de Cristo: 1.- los responsables del Templo (sumos sacerdotes, escribas y ancianos); 2.- una coalición de fariseos y herodianos; 3.- saduceos. Cada uno de estos tres grupos traen distintas cuestiones, pero tienen en común su animadversión contra Jesús. Cada uno a su manera trata de tenderle una trampa o agredirlo de algún modo –aunque eso sí, el conflicto por ahora es “intelectual”– pronto veremos que pasará a otro nivel.

Seguimos leyendo. En este clima conflictivo, se acerca otro personaje para preguntar a Jesús:

Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». (Mc 12,28)

Se trata de un escriba. Literalmente un “grammateus”, un letrado. Una persona con cierto nivel cultural, capaz de realizar lo que hoy llamaríamos “trabajos de oficina”. La pregunta que plantea era una cuestión importante en el debate teológico entre los judíos de aquella época y de siempre. De entre los muchos mandamientos del Antiguo Testamento, ¿cuál es el más importante?

Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos». (12,29-31)

Jesús combina dos dichos de la Torá. El primero de ellos lo toma del Deuteronomio (6,4-5): Se trata del Shemá, la oración más importante del judaísmo, el equivalente al Padrenuestro en la fe cristiana. “Escucha” –en hebreo “shemá”– “el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno, amarás al Señor…”. Cristo anexa a este indiscutible principio fundamental de la fe bíblica, una segunda frase tomada del Levítico (19,18) “Amarás a tu prójimo”.

Esta es la síntesis de la ética de Jesús y del a religión de Jesús: Amar a Dios es inseparable de amar al prójimo. No es posible amar a Dios e ignorar el destino de los seres humanos, especialmente de los que sufren. Veamos como reacciona el escriba:

El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios». (12,32-33)

El escriba no sólo no está de acuerdo con Jesús, sino que añade algo de su propia cosecha: que amar a Dios y al prójimo vale más que “todos los holocaustos y sacrificios”. Recordemos dónde estamos. En la explanada que rodea al Templo de Jerusalén. “Holocaustos y sacrificios” es el modo de dar culto a Dios en el Templo. Entonces se pesaba que lo que más podía agradar a Dios eran estos actos de culto, en los que se sacrificaban animales, en algunos casos estos animales eran quemados totalmente –eso era un holocausto–.

Jesús  había declarado obsoleto este sistema religioso dos días antes, cuando expulsó a los vendedores del Templo. Este diálogo acontece en la explanada que rodea al Templo. ¿Qué es lo que agrada a Dios?: no este culto, sino el amor, a Dios y al prójimo. Veamos cómo reacciona Jesús a las palabras del escriba:

Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. (12,34)

El escriba representa a lo mejor de la tradición judía, que no está lejos de lo que Jesús estaba predicando. De hecho, hay una anécdota atribuida a Hillel, un rabino del siglo I, que es muy parecido a lo que este escriba anónimo sostiene:

[Un pagano le preguntó al gran rabino Shamái] Me gustaría hacerme judío, pero será a condición de que me puedas enseñar toda la Toráh durante el tiempo que pueda permanecer sobre un solo pie. Shamái le expulsó pegándole con la regla que llevaba en la mano. El pagano se llegó entonces a la casa de Hillel y le expuso Hillel le dijo; "Lo que no te gusta que te hagan, no se lo hagas a tu prójimo. Ahí tienes la esencia de la enseñanza Divina, lo demás no es mas que comentario, ve y aprende”. (Talmud babilónico. Tratato Shabbath 31a)

Hemos visto desfilar grupos judíos enemigos de Jesús, pero no todos los judíos estaban lejos del Reino, este escriba lo demuestra. Seguimos escuchando a Jesús:

Jesús se puso a enseñar en el Templo y preguntaba: «¿Cómo pueden decir los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David ha dicho, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. Si el mismo David lo llama Señor, ¿Cómo puede ser hijo suyo? La multitud escuchaba a Jesús con agrado. (12,35-37)

Aquí Cristo toma la iniciativa y sin que nadie se lo pregunte, lanza una cuestión sobre la relación entre el rey David y el Mesías; y la responde, citando el Salmo 118,22-23. Cristo no ha venido para restaurar la monarquía davídica, sino para realizar una misión superior.

Y él les enseñaba: «Tened cuidado con los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad» (12,38-40)

Esta es la última enseñanza de Jesús en este ciclo de controversias en la explanada del Templo: Es su último consejo a los que le estaban escuchando. ¡Cuidado con la religión que atonta! ¡Cuidado con los líderes religiosos preocupados de su propia riqueza y prestigio y que están prontos a aprovecharse de los débiles!

Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: «Os aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir» (12,41-44)

Esta última escena es como la guinda de esta larga secuencia de controversias. Gente muy cualificada han desfilado delante de Cristo con distintas preguntas, pero Jesús se queda impresionado por esta pobre mujer, probablemente analfabeta, que no habla sino que hace, y lo que hace es –permítanme que se lo lea en griego– “ébalen hólon tòn bíon autēs” = “arrojar toda su vida (bíon)”. El verdadero culto a Dios es entregar la vida, lo que Jesús mismo va a hacer pronto. Esta pobre mujer lo hace sin que nadie se dé cuenta. Bueno, nadie no: Jesús lo ha visto.

Este pasaje tiene una función parecida al episodio de la curación del ciego Bartimeo al final de la Subida a Jerusalén. Ahí, tras el repetido fracaso de los discípulos para seguir a Jesús, Marcos nos presentó a un pobre ciego que arroja su manto, se pone en pie de un salto, es curado, y se pone a seguir a Jesús. Aquí esta mujer es presentada como ejemplo de alguien, muy pobre, que hace lo que Jesús hace. Los pobres nos evangelizan.

Seguimos leyendo y pasamos al capítulo 13:

Cuando Jesús salía del Templo, uno de sus discípulos le dijo: «¡Maestro, mira qué piedras enormes y qué construcción!». Jesús le respondió: «¿Ves esa gran construcción? De todo esto no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido» (13,1-2).

Sigue trascurriendo este largo Martes en Jerusalén, pero salimos ya del Templo. El cambio de escenario corresponde también a un cambio de tema. Este párrafo introduce un largo discurso de Jesús que ocupa todo el capítulo 13, llamado el discurso escatológico.

Los discípulos están impresionados por la solidez arquitectónica del Templo. Si alguna vez tienen la oportunidad de visitar Jerusalén, irán al Muro de las Lamentaciones, llamada también Muro Occidental. El Templo estaba situado en una explanada de forma rectangular, por el lado occidental, esta explanada estaba sostenida por su lado oeste por un enorme muro de contención, que es lo único que queda del Templo. Las piedras que se pueden ver aún son enormes, no es nada extraño que los discípulos de Cristo, gente sencilla de Galilea, estuviesen asombrados. Pero la solidez es engañosa.

Hace unos años, el escritor español Antonio Muñoz Molina publicó un magnífico ensayo sobre la crisis económica en la que ya estábamos metidos titulado “Todo lo que era sólido”. El título hace referencia a que lo que nos parecía sólido: los bancos, el precio de los pisos, el milagro económico español, … resulta que se ha desmoronado. ¿Qué es lo realmente sólido? Los discípulos de Jesús están impresionados por la solidez de un edificio, y Jesús les dice: esto va a caer.

En el momento en el que Marcos está escribiendo su evangelio, la guerra de los judíos contra Roma ha empezado –según otros expertos quizás incluyo ha terminado ya–. En cualquier caso, esta profecía de Jesús es materia de telediario en el momento en que escribe el evangelista, pero el significado del pasaje es para todos los tiempos: Lo que nos parece sólido, ¿de verdad lo es?

Seguimos leyendo:

Y después, estando sentado en el monto de los Olivos, frente al Templo, Pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntaron en privado: «Dinos cuándo sucederá esto y cuál será la señal de que ya están por cumplirse todas estas cosas» (13,3-4)

El trío de discípulos más próximos a Jesús se acerca para hacerle una pregunta, que era muy común entre los judíos de aquella época. Muchos en tiempos de Cristo pensaban que el fin del mundo tal como lo conocemos era inminente, había incluso todo un género literario dedicado a especular sobre los signos del fin de los tiempos, llamado género apocalíptico.

El discurso que vamos a oír de labios de Jesús a continuación –uno de los más largos del evangelio según San Marcos– es llamado “discurso escatológico”, del griego “ésjaton”, que quiere decir “último”, discurso acerca de los últimos tiempos o del final de la historia. Utiliza un lenguaje apocalíptico, es decir, utiliza las convenciones culturales de este lenguaje típico de ciertos círculos judíos de aquella época. En la imaginería apocalíptica abundan las catástrofes, los monstruos, los signos misteriosos, … algunos de estos rasgos aparecen en este capítulo 13 de Marcos, pero sobre todo en ese libro escrito enteramente en ese género literario, que es el Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento.

Terminamos por hoy. La próxima semana escucharemos este discurso escatológico de Jesús.

Vista de Jerusalén desde el Monte de los Olivos. El lugar ocupado por el Templo y su explanada lo ocupan hoy la Mezquita de la Roca y su explanada. La muralla actual data de época otomana (siglo XVI), pero en este tramo sigue el mismo trazado que la muralla de la época de Jesús.