Episodio 35:
Últimas horas en libertad

Comentario a Marcos 14,1-52

Dejamos atrás las controversias y el discurso escatológico del Martes Santo y entramos en el Miércoles, un día de transición que nos va a introducir en el drama que se va a desarrollar a partir del día siguiente. Comenzamos a leer:

Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Ácimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte. Porque decían: «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo». (14,1-2)

En este ambiente de conspiración contra él, sucede algo que debió suponer un consuelo para Cristo. Leemos:

Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús (14,3)

‘Cristo’ o ‘Mesías’ quiere decir literalmente ‘el ungido’, es decir, aquel sobre el que se ha derramado aceite perfumado. Y eso es lo que justamente hace esta mujer: unge a Jesús, con todo lo que eso significa y Jesús percibe el valor de lo que está en juego en este gesto: Esta unción, esta declaración de su mesianidad, está ligada a su muerte; él se revelará como el Cristo en la cruz. Como siempre los discípulos están muy lejos de enterarse de algo. Lo vemos:

Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: «¿Para qué este derroche de perfume? Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres». Y la criticaban. Pero Jesús dijo: «Dejadla, ¿por qué la molestáis? Ha hecho una buena obra conmigo. A los pobres los tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis, pero a mí no me tendréis siempre. Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. Os aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo» (14,4-9)

A los pobres podemos y debemos servirles siempre, pero esta mujer ha hecho algo único en un momento irrepetible y será por ello recordada. A propósito, ¿cuál es su nombre? (Marcos no nos lo dice)
Aquel miércoles pasó también algo terrible:

Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo (14,10-11).

Jesús sabía que se la estaba jugando, y tomaba unas mínimas medidas de seguridad: De día estaba en el Templo, rodeado por mucha gente, de manera que las autoridades no se atrevían a actuar contra él por miedo a causar un tumulto; de noche se retiraba fuera de la ciudad, a la aldea de Betania, donde estaba entre amigos. Pero uno de los suyos iba a traicionarle.

Así termina el miércoles. Pasamos al Jueves:

El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?». Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad; allí os encontraréis con un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle, y decidle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: «¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?». El os mostrará en el piso alto una habitación grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; preparad allí lo necesario». Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua (14,12-16).

Este pasaje recuerda a la de la preparación de la entrada a Jerusalén -¿se acuerdan?- Cuando dio instrucciones a sus discípulos para que pidieran prestado un burro. Aquí también Jesús quiere preparar un gesto significativo, especial: una cena con sus discípulos. Desde la mañana manda disponerlo todo con detalle:

Al atardecer, Jesús llegó con los Doce. Y mientras estaban cenando, dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me entregará, uno que come conmigo». Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro: «¿Seré yo?» Él les respondió: «Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!» (14,17-21).

Jesús comienza aquella cena declarando que ha sido traicionado y que le queda poco tiempo. Quiere pasar sus últimas horas compartiendo con sus amigos

Mientras comían, Jesús tomo el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomad, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Os aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios» (14,22-25)

Jesús era un maestro en el uso de los símbolos y los gestos. Toma un trozo de pan, lo rompe –significando así que su cuerpo iba a ser roto– y les dice “Esto es mi cuerpo”. El vino tinto es un signo elocuente de la sangre,  su sangre, que será derramada. Ese cuerpo roto y esa sangre derramada serán el comienzo de una nueva forma de relación entre Dios y los humanos, esta Cena es el banquete que inaugura una Nueva Alianza. La Antigua Alianza y su culto en el Templo han pasado a la historia. Ahora hay una nueva forma de dar culto a Dios. Dar la vida por los amigos, como Jesús, en comunión con él.
Tras la resurrección, los cristianos recordarán esta Cena y al realizar estos gestos y pronunciar estas palabras sentirán la real presencia de Cristo. Al comer y beber su cuerpo y sangre, conectamos con él, nos alimentamos de Él; pero el culto a Dios no es solo este ritual, o mejor dicho, la celebración de la eucaristía solo tiene sentido si está en el centro de una comunidad que verdaderamente vive de Jesús, compartiendo con él la misión de anunciar de anunciar la buena noticia.

Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Y Jesús les dijo: «Todos os vais a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero después que yo resucite, iré antes que vosotros a Galilea». Pedro le dijo: «Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré». Jesús le respondió: «Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces». Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». Y todos decían lo mismo (14,26-30).

Los discípulos son expertos en fallarle a Jesús –como hemos visto repetidas veces– pero eso sí, se creen muy valientes.Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos:

«Quedaos aquí, mientras yo voy a orar». Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. Entonces les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quedaos aquí velando». Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. Y decía: «Abba –Padre– todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: «Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permaneced despiertos y orad para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil». Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle. Volvió por tercera vez y les dijo: «Ahora podéis dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar» (14, 31-42).

Es su última hora en libertad y Jesús tiembla de angustia. Podría huir, quizás ganar tiempo para organizar un movimiento más eficaz que sacara adelante su visión; pero Jesús usa esos preciosos minutos para orar. ¿Qué es lo que quiere Dios, su Padre? Y decide permanecer, afrontar desarmado a los violentos. Los discípulos, mientras tanto, duermen.

Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado esta señal: «Es aquel a quien voy a besar. Detenedle y llevadle bien custodiado». Apenas llegó, se le acercó y le dijo: «Maestro», y lo besó. Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron. (14,43-46)

La violencia, la mentira, la traición se abalanzan sobre el inocente. Empieza aquí la pasión de Jesús. Ya no será libre de ir y venir, harán con él lo que quieran, pero él no pierde su libertad, no le quitan la vida, la entrega.

Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús les dijo: «Como si fuera un bandido, habéis salido a arrestarme con espadas y palos. Todos los días estaba entre vosotros enseñando en el Templo y no me arrestasteis. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras». Entonces todos lo abandonaron y huyeron (14,47-50).

Otro de los evangelios identifica a este que hirió a espada con Pedro e incluso narra una curación milagrosa. Marcos, más sobriamente relata que uno de los del grupo de Jesús trató de defenderle con la espada, pero Jesús ha renunciado a toda violencia para imponer el Reino, y no va a utilizarlo para defenderse a sí mismo. Todos sus amigos le abandonan y huyen.

Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo. (14, 51-52)

Nadie sabe a ciencia cierta cuál qué hace este hombre en el relato. Es claro que Marcos hace de él un símbolo, y como símbolo que es tiene múltiples interpretaciones.

Es un poco como la niña de la chaqueta roja en la película La Lista de Schindler, de Steven Spielberg. Una niña vestida de rojo se pasea en varias escenas de la película –rodada en blanco y negro–. Los críticos de cine discuten qué simboliza. ¿La inocencia del pueblo judío? ¿La voluntaria ceguera de los Aliados que se negaron a ver el Holocausto? ¿la dimensión humana de la tragedia más allá de los números? Algo parecido pasa con esta figura extraña, el joven que huye desnudo. ¿Es un símbolo del cristiano que escapa a la persecución? ¿Es un autorretrato de Marcos? ¡Quién sabe! Como decía Paul Ricoeur, “el símbolo da que pensar”.  

Terminamos aquí nuestro recorrido. Es de noche. Jesús ha sido arrestado, va a ser llevado al Consejo judío, al Sanedrín, para ser juzgado. Ahí continuaremos la próxima semana.