Episodio 36: La Pasión de Cristo

Comentario de Marcos 14,53-15,37

Es de noche, Jesús ha sido arrestado por las fuerzas de los sacerdotes del Templo mientras rezaba en el Huerto de los Olivos. Ahora se encuentra en casa del sumo sacerdote, donde está siendo interrogado. Leemos del evangelio según San Marcos:

Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego. Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban (14,53-56).

Según la ley, hacen falta que dos testigos concuerden para poder condenar al reo, pero las acusaciones no concuerdan, porque son falsas.

Algunos declaraban falsamente contra Jesús: «Nosotros lo hemos oído decir: "Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre"». Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones (14,57-59).

Esta es la única acusación cuyo contenido nos transmite Marcos, calificándola de falsa. Sin embargo, algo hay de verdad a pesar de la intención malévola de los testigos: El Templo como lugar de culto a Dios, será sustituido por el cuerpo resucitado de Cristo.  

Este doble significado será una constante en el relato de la Pasión: Los enemigos de Jesús dicen algo con intención de condenarlo, ofenderlo, humillarlo, pero sin querer afirman algo profundamente verdadero que se les escapa. Seguimos:

El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: «¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?». El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: «¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?». Jesús respondió: «Así, yo lo soy: y veréis al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo». Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece?». Y todos sentenciaron que merecía la muerte (14,60-64).

Jesús es acusado de declararse Cristo (Mesías) e Hijo de Dios. Jesús no niega esta declaración, aunque prefiere llamarse a sí mismo “Hijo del Hombre”; es condenado a muerte por blasfemia. Nosotros, los lectores cristianos del evangelio, sabemos que él es verdaderamente el Cristo Hijo de Dios

Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: «¡Profetiza!». Y también los servidores le daban bofetadas (14,65).

Los esbirros de los sumos sacerdotes se entregan a la burla.

Mientras esto sucedía dentro de la casa del sumo sacerdote, algo está ocurriendo fuera:

Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Nazareno». El lo negó, diciendo: «No sé nada; no entiendo de qué estás hablando». Luego salió al vestíbulo. La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: «Este es uno de ellos». Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: «Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo». Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando. En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces». Y se puso a llorar (14,66-72).

Pedro, que horas antes había dicho que moriría por Jesús, se echa atrás a las primeras de cambio. Seguimos leyendo:

En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Este lo interrogó: «¿Tú eres el rey de los judíos?». Jesús le respondió: «Tú lo dices». Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él. Pilato lo interrogó nuevamente: «¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!». Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato (15,1-5)

El reglamento del Sanedrín –en Consejo judío– prohibía reuniones nocturnas. En cuanto amanece el Viernes, es convocado para compulsar una decisión ya tomada por el sumo sacerdote. A continuación se dirigen al Gobernador romano, Poncio Pilato, para pedir que ejecute la pena de muerte. Pilato interroga a Jesús, pero éste no responde nada

En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición. La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado. Pilato les dijo: «¿Queréis que ponga en libertad al rey de los judíos?». El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás. Pilato continuó diciendo: «¿Qué debo hacer, entonces, con el que llamáis rey de los judíos?». Ellos gritaron de nuevo: «¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: ¿Qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: ¡Crucifícalo! Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado (15,6-15).

Esta escena en la que Pilato debe decidir entre Jesús y Barrabás añade dramatismo a la comparecencia ante el Gobernador. Le permite a Marcos desarrollar uno de sus temas favoritos, que ya presentó en el relato de la muerte de Juan Bautista en manos de Herodes. El hombre en autoridad, en realidad, no hace lo que quiere, está atrapado por la misma red de poder que le mantiene en el puesto. Pilatos no quiere matar a Jesús, pero es incapaz de resistir la presión. Marcos no lo exculpa, simplemente muestra lo patético que resulta el el poder cuando es ejercido sin ningún respeto por la verdad.

Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia. lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron. Y comenzaron a saludarlo: «¡Salud, rey de los judíos!». Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo (15,16-20).

Empiezan las burlas. El tema que escogen los soldados es el de “Jesús es rey”. De nuevo, incluso cuando la intención es ofender y humillar, dicen una verdad cuyo sentido los lectores cristianos reconocemos. Jesús es rey, pero no como los reyes de este mundo. Leemos:

Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús (15,21)

Para ejecutar la pena de crucifixión, se utilizaban dos troncos de madera: Uno, el vertical, estaba hincado en el lugar de la ejecución. El otro, el trasversal, lo debía lleva el propio reo. Así se añadía al sufrimiento y humillación. Como el que va a fusilado y tiene que cavar antes su propia tumba. Jesús camina hacia la cruz cargando con uno de los troncos, cuando un campesino es forzado por los soldados romanos a llevarlo durante un tramo. El evangelista nos da su nombre “Simón de Cirene”, Cirene es una región norteafricana correspondiente a lo que hoy es Libia, Simón es un nombre judío. Era un judío residente en Jerusalén, procedente de aquella región. Algunos comentaristas han sugerido que Alejandro y Rufo, que no son mencionados por los otros evangelistas, podrían ser personas conocidas por la comunidad de Marcos; de ahí que este detalle, en sí mismo nimio, haya sido recogido. Seguimos leyendo:

Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: «lugar del Cráneo». Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron (15, 22-25).

El lugar –Gólgota– estaba entonces justo fuera de los muros de la ciudad, hoy se encuentra dentro de la Jerusalén Vieja y sobre él se levanta la Iglesia del Santo Sepulcro. El vino con mirra es un analgésico que se ofrece por compasión. Llama la atención que sea un soldado, no un familiar o amigo, quien haya tenido este gesto.

Uno de los elementos de la humillación de la muerte en cruz es la desnudez pública del reo. Los que hemos visto los vídeos de Abu Ghraib sabemos que esta forma de tortura se ha seguido usando hasta hoy.

La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos». Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. (Y se cumplió la Escritura que dice: «Fue contado entre los malhechores») (15,26-28).

Santiado y Juan habían pedido a Jesús “sentarse a derecha e izquierda en tu gloria”. Jesús rey está rodeado de dos malhechores, que además le insultan.

Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: ¡«Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!». De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!». También lo insultaban los que habían sido crucificados con él (15,29-32).

El “Buen ladrón” no aparece en Marcos –es una escena exclusiva de Lucas (23,39-43). En la versión de Marcos ambos ladrones le insultan. Marcos insiste más en los elementos de burla que en el sufrimiento físico de Cristo –que debió ser brutal–. Los sacerdotes y escribas se burlan de Jesús. Para ellos, este final demuestra sin margen de duda que Jesús no es el Mesías, pues para ellos, el triunfo es la prueba de que se es el Mesías. Para el lector cristiano, sin embardo, es en la cruz donde Jesús manifiesta su peculiar forma de entender la mesianidad, renunciando al poder, entregando su vida.

Marcos nos ha estado preparando para este momento a lo largo de todo el evangelio, especialmente durante la segunda mitad: Jesús es un Mesías que no impone su proyecto con la violencia, sino que sufre la violencia y se entrega con confianza a los planes de un Dios que ha renunciado a forzar la libertad humana. Hasta las últimas consecuencias.

Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: «Eloi, Eloi, lamá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (15,33-34).

Con su último aliento Jesús se pone a rezar el Salmo 22, que empieza con estas palabras:

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¿Por qué estás lejos de mi clamor y mis gemidos?
Te invoco de día, y no respondes,
de noche, y no encuentro descanso;
y sin embargo, tú eres el Santo,
que reinas entre las alabanzas de Israel.
En ti confiaron nuestros padres:
confiaron, y tú los libraste;
clamaron a ti y fueron salvados,
confiaron en ti y no quedaron defraudados… (22,2-6)

Este largo salmo expresa la oración del justo atribulado, que le dice a Dios que se siente abandonado. Pero el mismo hecho de rezar es signo de que el diálogo con Dios, la relación con Él, no se interrumpe. Si seguimos leyendo el salmo hasta el final, encontraremos que termina con la expresión de confianza serena. Volvemos al Evangelio:

Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo» (15,35-36).

Las palabras “Eloí, Eloí” del salmo son entendidas como “Elí, Elí”, una confusión nada obvia, y piensan que llama a Elías. El detalle del vinagre es un gesto que trata de prolongar su vida, pero:

Entonces Jesús, dando un grito, expiró (15,37)

Jesús ha muerto. Con un respetuoso silencio terminamos este episodio del podcast. Pero este no es el final. No os perdáis el próximo episodio.