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El Ecumenismo y el Concilio Vaticano II

Por José Luis Díez Moreno

Publicado en ALANDAR, Enero 2006

Acabamos de conmemorar los 40 años de la clausura del Concilio. Cuarenta años es un tiempo suficiente para analizar muchos aspectos conciliares. Se han dicho y escrito en estas fechas varios comentarios. De algunos de ellos daba la impresión de que ni habían leído, o tal vez sólo muy por encima, los documentos a que se referían y que interpretaban a capricho gestos y palabras en hechos y documentos del Vaticano II. ¡Una verdadera pena! Todo remilgado, “apiadosado”, acaramelado, para quedar bien con las actuales autoridades eclesiásticas, tampoco muy ilusionados con la verdadera reforma propuesta por aquella Asamblea. La verdad es que después de estos años el Concilio se halla bien empobrecido o devaluado.

El Concilio que más ha hecho por la unidad

De lo que nada he oído ni leído ha sido sobre el ecumenismo del Concilio, cuando constituía uno de sus objetivos prioritarios desde el primer momento. Tal vez mejor, pues, ¡qué hubieran comentado! Aquí se habla mucho y se gozan mucho con los gestos y acciones ecuménicas de Juan Pablo II, por ejemplo, y ciertamente que de su actividad en el campo de la unión de los cristianos todos reconocemos lo importante que ha sido. Pero seguimos la misma línea de antaño, cuando nuestros Padres Conciliares regresaban muy satisfechos del ecumenismo practicado en el Concilio, aunque, a renglón seguido y con todo convencimiento, añadían que “en España eso no es posible porque aquí los protestantes son distintos”.

Pero el Decreto sobre Ecumenismo decía que éste era “vocación y gracia para todos los católicos”, que a la práctica ecuménica estaban llamados todos los fieles, que los obispos debían promoverlo en sus iglesias particulares, que también los católicos tenemos nuestra culpa en la desunión, que es más lo que nos une, la persona de Cristo y el Bautismo, que lo que nos separa, que también los cristianos de las otras iglesias tienen la gracia, que los católicos debemos ser los primeros en salir al encuentro de nuestros hermanos…

Pues, todo ello vale ahora para un serio examen de conciencia. Y las preguntas se doblarán si tenemos en cuenta el Directorio de Ecumenismo, de 1993, donde se abre un abanico de actividad ecuménica a obispos, sacerdotes y laicos de la Iglesia católica y más si abrimos la encíclica “Ut Unum Sint, de 1995, de Juan Pablo II, donde veremos bien reflejados los requerimientos ecuménicos del Concilio. Pero, ¿cuántos obispos, sacerdotes o laicos los han leído en España?

Todo el Concilio transcurrió como verdadero exponente del ecumenismo. Documentos como “Lumen Pentium”, “Dei Verbum”, “Sacrosantum Concilium”, “Gaudium et Spes”, “Apostolicam Actuositaten”, además de “Unitatis Redintegratio” se hallan impregnados de un auténtico entramado ecuménico. Los gestos ecuménicos de los papas del Concilio fueron de una significación singular: la presencia y participación de observadores, al final 105 de 26 Iglesias, la acogida de Juan XXIII y Pablo VI a cada uno de ellos, el abrazo a Atenágoras en Jerusalem, la despedida de Pablo VI a los observadores en S. Pablo Extramuros, el levantamiento de excomuniones el penúltimo día del Concilio… lo dice todo.

La situación ecuménica en España

Hace mes y medio estuve, a título personal, en el I Congreso Protestante de Madrid, convocado por todas las Iglesias protestantes de la Comunidad madrileña. Habían sido invitados el arzobispo Rouco de Madrid y los obispos López de Andujar y Catalá de Getafe y Alcalá de Henares y el arzobispo castrense, Mons. Pérez. Allí no apareció ninguno, ni sus delegados de ecumenismo. Hace más de dos años el Patriarca Ecuménico nombró el primer Metropolita ortodoxo de la historia para España, a duras penas fue recibido por el secretario de la Conferencia Episcopal y aún no lo ha sido por el cardenal Rouco Varela. Ningún acontecimiento de las Iglesias protestantes es tomado en consideración por las jerarquías católicas. Los obispos españoles, salvo excepciones, se hallan muy alejados de la praxis ecuménica en sus diócesis, si bien en algunos casos toman parte en algún acto de oración interconfesional de la Semana de la Unidad. Se paró en la Conferencia Episcopal el proceso de varios años hacia la constitución de un Consejo de Iglesias, aunque el cardenal Kasper, Presidente del Consejo Pontificio para la Unidad, había intervenido con alguna anotación propia. En los planes de pastoral o en los Sínodos diocesanos ni aparece la pastoral del ecumenismo. En las parroquias sucede otro tanto y los ecumenistas españoles se encuentran entre perplejos y temerosos.

Sin embargo, la oración de Jesús es concluyente: “Que todos sean uno para que el mundo crea” (Jn17,20). Pues, ahí tenemos nuestra sociedad en la increencia e indiferencia más tremendas. Surge un rayo de luz, no obstante, con el nombramiento del nuevo obispo encargado del ecumenismo en España, Mons. D. Adolfo González Montes, él es, como pocos, gran conocedor del ecumenismo y esperamos en su sensibilidad en estos momentos, cuando muchos hablan de “invierno ecuménico”.

Aceptar los retos

Yo lo siento mucho, pero esto es así. Y ¿qué hacer? El Concilio lo dejó muy claro: Conversión personal y reforma tal como la indican sus documentos. Oración incesante por la Unión de los cristianos, de forma personal, comunitaria e interconfesional; lo espiritual es el alma de todo ecumenismo. Diálogo entre los católicos y entre éstos y los otros hermanos cristianos, diálogo entre las Iglesias también; en el diálogo nos conocemos, situamos nuestras posiciones, nos ayudamos a ser fieles a nuestra propia Iglesia e iremos aceptándonos como somos. Colaboración también constante en asuntos de paz, justicia, acción social… ¿Qué puede obstaculizar esto entre nosotros cuando se hace con tanto éxito en muchos países del mundo?. Formación seria de sacerdotes y laicos en la propia teología y en el ecumenismo; existen en España varios Centros Ecuménicos de donde dimanan todas esas actitudes ecuménicas; a la labor ecuménica el laico está llamado por el Bautismo.

Los papas del Concilio han confirmado que el ecumenismo es un camino irreversible en la Iglesia católica. Y, aún con la debida prudencia, también han dejado claro que es urgente, con sus retos y riesgos y un signo de los tiempos. Hemos leído con frecuencia que el cristianismo del siglo XXI o será ecuménico o no será y que si hoy un cristiano no es ecuménico difícilmente podrá ser cristiano.


 
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16 Enero, 2006
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